por el forista TORDO79 (Zona Militar)
"....La playa al sur de Punta Arenas
"El coraje es estar muerto de miedo, pero ensillar de todos modos". John Wayne
El sitio de aterrizaje que había sido elegido como la opción para el mejor de los casos era una playa aproximadamente a 11 millas al sur de la gran ciudad capital de provincia de Punta Arenas.
Nuestra órdenes eran permanecer sin ser detectados si era posible de algún modo, pero evitar la captura en caso de un mínimo de ocho días luego de nuestra llegada al suelo chileno, después de cuyo tiempo, íbamos a ponernos en contacto con la Embajada Británica en Santiago, de la cual yo tenía el número de teléfono. Nuestra exfiltración eventual habría sido considerablemente más difícil desde Chile si el estado de combustible del helicóptero dictaminaba un aterrizaje final en una posición al este del estrecho de Magallanes, en la isla de Tierra del Fuego, en consecuencia, la selección de dos sitios de aterrizaje alternativos al sur de Punta Arenas. A medida que hacía el último intento por aterrizar, pude ver que la playa tenía una pendiente marcada descendente hacia el mar, pequeñas dunas al oeste y un camino menor aproximadamente norte-sur, unos pocos metros tierra adentro de las dunas.
Habiendo aterrizado, “Wiggy” y Pete se pusieron a preparar el helicóptero para entregarlo a su tumba de agua y a la historia. El plan acordado con el equipo de planificación de las Fuerzas Especiales era amerizar con el helicóptero en aguas profundas. Con este fin, “Wiggy” y Pete usaron una combinación de un hacha pequeña y un cuchillo de supervivencia pesado para agujerear el fuselaje del helicóptero en posiciones que estuvieran por debajo de la línea de agua cuando el helicóptero amerizara. “Radar” le había dado instrucciones a Pete con respecto a las mejores posiciones para hacer los agujeros. Después de cinco minutos de actividad frenética y con nuestro kit sobre la playa, “Wiggy” y Pete ataron una pedazo corto de cuerda delgada fuerte a la rueda de cola del helicóptero. Atado a la cuerda, a una distancia de la rueda de cola, había una boya “Jablex”, a la cual se unió el hacha de mano usando cinta “Gaffa”. Una boya “Jablex” tiene un ojo en cada extremo.
Al otro ojo, se ató una línea larga. Con todos los preparativos listos, elevé el helicóptero en un vuelo suspendido y volé lentamente al mar. Mientras hacía eso, las luces de advertencia de bajo nivel de combustible comenzaron a brillar en el Panel de Advertencia Central (CWP). El efecto de esto fue que temporariamente e intermitentemente me enceguecían cada que vez que las luces brillaban porque parecían tener la intensidad de proyectores de exploración, cuando eran amplificadas por el NVG. A pesar de esta dificultad, pude volar el helicóptero a una posición de aproximadamente un cuarto de milla fuera de la playa, en cuyo punto americé el Sea King en el agua. Mi intención había sido dar vuelta el Sea King, moviendo el control cíclico de lado a lado, induciendo así que rodara mientras el rotor todavía giraba. Una vez que escapé del helicóptero que se hundía, nadé alejándome. En caso de que el helicóptero no se hundiera, usaría el hacha para hacerle más agujeros en la parte del helicóptero dada vuelta para hacer que se hundiera. Con todo esto bien hecho, regresaría a la playa en mi bote de supervivencia siguiendo la línea.
Sin embargo las condiciones de mar calmo y plano no habían sido anticipadas y el Sea King que tiene un casco con forma de bote para facilitar los amerizajes, seguía obstinadamente erecto y estable sobre la superficie sin ningún indicio de movimiento de lado a lado o de hundirse por su propia voluntad. Decidí que el único curso a seguir era pilotear el helicóptero de regreso a la playa para hacerle agujeros más y más grandes en el fondo del fuselaje. También necesitaba localizar y jalar los interruptores de circuitos en el panel de control que desactivarían las luces de advertencias del nivel bajo de combustible. El panel de control en cuestión está ubicado en el techo del Sea King, entre los asientos de dos pilotos, y es difícil de llegar a él.
Cuando estaba a punto de salir del agua, las últimas palabras que me dijo el Capitán Lyn Middleton antes de partir del HMS Hermes, resonaron fuertes y claras: “Una vez que deje el SAS, no corra riesgos innecesarios y no haga nada que sea una tontería”. Pensé que lo que estaba intentando hacer era un riesgo necesario y calculado para asegurar el secreto de la operación y no estaba haciendo una tontería indebida. Pero eso es para que lo juzguen otros.
Al volar de regreso a la playa, las luces de advertencia del nivel bajo de combustible aparecían constantemente indicando que el nivel de combustible estaba peligrosamente bajo. Esta no era una cuestión dado que estaba a punto de destruir el helicóptero y todavía faltaban unos minutos de combustible restantes. Más importante era que ahora estaba ciego, no de manera intermitente, sino permanente. Incapaz de ver adecuadamente a donde iba, seguí volando lentamente hacia la playa lo mejor que pude. Mi llegada fue inesperada y, mientras maniobraba el helicóptero para alinearme con la playa, vi las figuras en sombras de “Wiggy” y Pete corriendo para ocultarse tras las dunas de arena. Ahora conmigo ciego, y sin referencias visuales externas, el helicóptero hizo un aterrizaje difícil en la playa en pendiente que dio como resultado el colapso del tren de aterrizaje de babor y que las paletas principales del rotor se pusieran en contacto con las dunas del área a mi izquierda. Con el helicóptero a punto de hacerse pedazos, cerré las palancas de corte de combustible, lo que tuvo el efecto de detener los dos motores y rápidamente apliqué el freno del rotor. Con el Sea King colgado de manera precaria, a medias sobre su lado izquierdo, evacué el helicóptero.
Mientras esperaba de pie en la playa, buscando el naufragio cercano del helicóptero, miré mi reloj. Eran un poco más de las 06.15 y en una hora más amanecería. Teníamos mucho por hacer y no mucho tiempo para hacerlo. Consideré que era esencial incendiar el Sea King seriamente dañado para destruir la naturaleza de la misión. Entre nuestro kit, había 2 galones de petróleo como combustible para nuestra pequeña cocina y tenía los dos dispositivos explosivos que me diera el capitán “A” hacía cuarenta y cinco minutos atrás.
Antes de incendiar el helicóptero, “Wiggy” y yo destruimos el NVG como nos ordenaron, para no dejar ningún rastro de nuestros métodos operativos. Hicimos añicos las gafas utilizando cantos rodados en la playa y los pedazos fueron arrojados al mar. Con todo nuestro kit ubicado detrás de las dunas, volví a entrar al Sea King y encendí el interruptor principal de la batería para poder drenar el poco combustible que permanecía en los tanques para formar un pequeño charco bajo el helicóptero. Luego vertí un galón de nafta sobre la parte interior del helicóptero, desde la cabina a la puerta principal y arrojé los dos dispositivos explosivos en la cabina para una explosión retardada. Finalmente, encendí y arrojé una bengala de alerta de peligro nocturno en la cabina del helicóptero y una segunda bengala por debajo del helicóptero en el pequeño charco de combustible. En un instante, el avión estaba ardiendo ferozmente. Dentro de un minuto, gran parte de la cabina principal se había consumido por el fuego y la caja de cambios del rotor estaba en el suelo. Después de dos minutos, explotaron las cargas.
Con el helicóptero en llamas, ”Wiggy”, Pete y yo tomamos nuestras mochilas, cruzamos
el camino y nos fuimos hacia las colinas al oeste.
Supervivencia en el hostil campo chileno
Yo era partidario de viajar lo más lejos posible bajo la protección de la poca oscuridad que quedaba. Con menos de una luna en cuarto menguante, era una noche oscura. Después de haber caminado unos pocos pasos en el campo con leve pendiente, me tropecé con un objeto tirado en mi camino y me caí de traste encima del objeto. Me levanté, maldije y pateé el objeto que estaba en el camino, era un árbol caído grande.
Le advertí a “Wiggy” y Pete que estaban a corta distancia detrás de mí y continué. Cuatro o cinco pasos y otra vez estaba sentado de traste, y así fue durante la hora restante – cada pocos pasos, nos encontrábamos otro árbol caído. Recogí un pedazo de madera y di unos golpes en el piso delante de mí como lo haría un ciego, para tantear el camino hacia adelante con un “bastón blanco”.
“Wiggy” y Pete me siguieron. Por lo menos, ahora podíamos avanzar sin tropiezos cada pocos pasos. A medida que los primeros vestigios del amanecer se vieron en el horizonte distante sobre Argentina, pude comenzar a ver lo que había por delante de nosotros. El camino por delante era una escena de devastación. Arboles caídos y talados cubrían toda el área desde el camino menor, al oeste por varia millas. Había otras 10 millas o algo así de este terreno salvaje, desolado y desafiante para negociar, hasta que encontráramos nuestro destino: una pequeña colina boscosa que daba a Punta Arenas desde el sudoeste.
Con un nivel de luz mejor, decidí hacer un alto en nuestro avance doloroso. No podíamos
permitir que nos vieran en esas circunstancias, por lo tanto, el movimiento a la luz del día, estaba fuera de la cuestión. Aunque habíamos podido cubrir solo un cuarto de milla en una hora, estábamos a una distancia cómoda de la playa. No hubo dificultad en encontrar algún lugar adecuado para estar ya que los arboles caídos nos daban una protección ideal. Mirando atrás desde la playa no pude ver ninguna evidencia de fuego y pensé que el helicóptero debía de haberse quemado. El naufragio del Sea King estaba tapado desde el pequeño camino por las dunas de arena y la pendiente de la playa.
Evalué que pasaría un día o dos antes de que el incendio del helicóptero fuera descubierto- tiempo suficiente para nuestra huida.
El amanecer del 18 de mayo fue espectacular, con el cielo en el este de un color rojo furioso. Con la salida del sol, se levantó una brisa suave. Estaba fresco, pero no indebidamente frío. “Wiggy”, Pete y yo descubrimos que si nos sentábamos derechos, la parte superior de nuestros cuerpos sería visible por encima de los árboles caídos. Esto por supuesto era inaceptable, por eso, durante el resto del día, tuvimos que asumir una posición semi inclinada mientras comíamos y bebíamos, y estar acostados boca arriba mientras dormíamos.
Teníamos puestas camperas rompe vientos y pantalones para el ártico DPM, por lo tanto, nuestro camuflaje no estaba fuera de lugar entre los árboles caídos. Armamos los refugios pequeños, bajos utilizando ponchos. Al haber estado despiertos durante más de veinticuatro horas, cada uno estaba listo para dormir, pero necesitábamos permanecer alertas por cualquier peligro potencial, así que decidí tomar la primera guardia mientras “Wiggy” y Pete dormían. Con algo de alimentos fríos y un trago de agua fría en el estómago, concentré mi atención en la tarea que tenía por delante: movernos a nuestro objetivo mientras permanecíamos sin detectar durante ocho días. El movimiento hacia nuestro objetivo cerca de Punta Arenas podría tener lugar solo en la oscuridad. Los árboles caídos y el aumento de altura del terreno dictaminaron que la movida sería extremadamente lenta; afortunadamente, los días eran cortos y las noches largas. Calculé que media milla en una hora se podría lograr, pero no había ningún imperativo para forzar el paso.
El movimiento no comenzaría hasta una hora después de la oscuridad, para ser completado no más de una hora antes del amanecer. Con trece horas de oscuridad aprovechables, la aritmética sugería que podríamos llegar a nuestro objetivo en dos noches: el tiempo diría.
Mientras tanto, 50 millas al sudeste a través del Estrecho de Magallanes, el Capitán “A” y su equipo se habían movido desde el lugar de aterrizaje a la protección de los matorrales y estaban preparándose para acampar durante el resto de las horas del día. Su primera prioridad fue resguardarse para no ser detectados, lo que lograron fácilmente dado el matorral denso de la costa sur de la Bahía Inútil. Su segunda prioridad fue enviar una señal de “misión abortada” a los cuarteles del SAS en Hereford a través de comunicaciones satelitales seguras y esperar más ordenes.
A medida que pasaba la mañana, estudié el área a nuestro alrededor desde la protección de los árboles. El suelo era ondulante, elevándose al oeste a una altura de aproximadamente 1.500 pies. No hubo señales de un cambio alrededor de los millares de árboles caídos – tendríamos que hacer guardia, sonreír y tolerar. Miré en dirección de la playa de tanto en tanto para ver cualquier señal de que nuestra presencia había sido detectada. El camino estaba en silencio con poco movimiento de vehículos, quizás dos o tres por hora y ningún peatón. Nuestra elección de playa, a partir de nada más que un estudio del mapa, había sido una elección acertada. La superficie de los estrechos, que había estado previamente como un espejo calmo, ahora estaba moviéndose en la brisa.
Cuando miré el agua, hacia Tierra del Fuego, me pregunté que estarían haciendo el Capitán “A” y su equipo. “Wiggy” y Pete se despertaron temprano en la tarde. Para entonces, los tres teníamos hambre. Estábamos demasiado cerca del camino como para correr el riesgo de que olores de cocción llegaran a los lugareños que pudieran estar en el área, así que la dieta tendría que ser de comida fría y agua o “comida de marineros” hasta que nos moviéramos tierra adentro hacia el norte. Para ahorrar peso, llevábamos raciones del ártico, aunque eran altamente nutritivas y tenían miles de calorías para mantenernos, se necesitaba agua para reconstituir las comidas, un bien escaso en el área. No llevábamos mucho y pronto necesitaríamos un reabastecimiento. Una vista simple del terreno no mostraba signos de contener fuentes posibles de agua. Con el estómago lleno de galletas y chocolate, junto con agua, decidí probar y atrapar unas horas de sueños antes de que cayera la noche.
A medida que avanzara el día, el equipo de planificación del SAS en Hereford, estaría luchado con las ramificaciones de la misión abortada. Con el elemento sorpresa ya perdido, John Moss, el OC del Escuadrón B, razonó que la Operación Mikado debía revertirse a la opción de una infiltración por tierra desde Chile, pero esta sugerencia fue vetada rápidamente. La opción de introducir un segundo equipo de reconocimiento a la Fuerza de Tareas también fue descartada. En cambio, el Brigadier de la Builliere, Director del SAS (DSAS) dio órdenes de proceder con la misión sin el beneficio del reconocimiento, esta decisión dio lugar al disenso de algunos miembros del escuadrón B, incluyendo su OC- hubo un sentimiento general entre ellos de que, sin el beneficio de la inteligencia oportuna y precisa, la misión era suicida. Un SNCO muy experimentado fue tan lejos como para retirarse de la misión. Como ahora él era tibio en cuanto a la operación, el OC fue removido de su mando por el DSAS y reemplazado por el segundo en el mando de la unidad, el Mayor Ian Cooke. Esa tarde, mientras yo intentaba dormir en el campo chileno, el equipo del Escuadrón B renovado hizo los preparativos finales para su partida al día siguiente en micro a RAF Lyneham, y un vuelo de dieciséis horas a la Isla Ascensión.
Después de cuatro horas de sueño reparador, me desperté tarde. El día permaneció seco y soleado, pero fresco. Con el beneficio de otra hora o algo así, de luz de día que disminuía, los tres comimos otro refrigerio frio y nos preparamos para el corto, aunque no menos difícil esfuerzo por delante. De tanto en tanto, miraba hacia el camino y la playa pero no había signos de actividad. Realmente, el área estaba misteriosamente silenciosa. En la soledad al oeste del estrecho de Magallanes, no había evidencia de un ruido generado por el hombre: ninguna industria, poca agricultura, ningún ruido de fondo del tráfico; ningún viento fuerte que sople a través de los árboles o contra la infraestructura hecha por la mano del hombre.
No había absolutamente ninguna fuente de sonido que no fuéramos nosotros tres conversando en voz baja y murmurando. En cualquier circunstancia, hubiera sido un área fascinante para explorar y yo determiné que un día volvería y disfrutaría el ambiente en libertad. No tuve manera de saber que la oportunidad se presentaría sola en unas pocas semanas – por el momento, el imperativo era la supervivencia. Miré hacia el este, hacia Argentina al horizonte que desaparece rápidamente y distante. Otra hora y estaría oscuro. Mientras estudiaba la penumbra a mi alrededor, supe que los colores de la naturaleza muy lentamente se estaban yendo del paisaje. La tierra distante del otro lado del agua, que durante el día había sido de color verde claro, ahora era gris. El mar se había transformado de un azul oscuro rico a negro. Lentamente, los rasgos distantes desaparecieron. A medida que descendía la oscuridad, la brisa leve disminuía. Todo estaba calmo. La salida de la luna no se produciría hasta la madrugada siguiente y me di cuenta, en consecuencia, que las primeras horas del movimiento en tierra serían especialmente difíciles en plena oscuridad. Con nuestro kit empacado, era tiempo de partir.
Con mi “bastón blanco” en mano, di unos pasos tentativos hacia adelante antes de encontrar el primero de los muchos árboles que iban a poner a prueba nuestra resolución en las noches venideras. Al llevar una mochila razonablemente pesada, trepando progresivamente y encaramándonos sobre árboles caídos cada diez pasos o algo así, tanto la fortaleza como la determinación de uno se ponen a prueba. Estaba claro que los tres estábamos buscando el camino duro, después de media hora, me detuve a descansar un poco y beber agua. Habíamos hecho apenas 100 metros. Mi cálculo de cubrir media milla en una hora pasó a la historia – un objetivo más realista sería casi una milla por noche. Después de diez minutos de descanso, partimos nuevamente. Y así fue durante las próximas horas- media hora de frustrante camino sobre el curso de obstáculos más grande del mundo, seguido de un breve descanso.
Alrededor de las 03.30, salió la luna. Baja en el cielo y en sus últimos vestigios, agrega un poco de luz extra. Como deseaba que no hubiéramos destruido las gafas tan pronto al llegar al suelo chileno. Durante las primeras horas, el clima permaneció seco. Al principio, era una noche clara y sin contaminación lumínica podía ver más estrellas que las que había visto en toda mi vida. Eran condiciones ideales de luz para NVG, pero, lamentablemente, sin ellas, éramos efectivamente ciegos. A medida que se iba el tiempo, el clima cambiaba con luz pero lluvia persistente durante un par de horas.
Después de casi diez horas de avance frustrantemente lento y literalmente doloroso, nos encontramos con un pequeño valle que ofrecía una protección excelente para no ser vistos. Decidí hacer un alto y seguir en ese lugar hasta la noche siguiente. Dejé a “Wiggy” y Pete que armaran nuestra pequeña carpa de supervivencia y exploré la zona circundante, buscando agua. Tome tres botellas de agua y partí en la oscuridad. Seguí la línea del valle y después de aproximadamente un cuarto de milla, encontré un pequeño arroyo. Después de llenar las botellas con agua, volví al campamento, y llegué mientras el primer indicio del amanecer aparecía en el horizonte distante. Mirando hacia atrás a la playa, calculé que habíamos caminado unas 23 millas patéticas. Al estar a más de dos millas de la playa y aproximadamente a media milla del camino, estábamos lo suficientemente tierra adentro como para arriesgar el agua y la cocción de los alimentos.
Decidí, en consecuencia, que en cuanto se hiciera de día, tendríamos una comida caliente y una bebida en nuestro estómago. Mientras me recostaba contra un árbol, usando mi mochila como descanso para la espalda, los tres nos maravillamos por la vista sorprendente del amanecer sobre Argentina. Los dedos rojos del cielo en el horizonte distante fueron reemplazados por el sol a medida que aparecía lentamente sobre las montañas al este. Le mencioné a “Wiggy” y Pete que la última vez que había visto un cielo rojo vívido fue el día que el Sheffield fue impactado por un misil Exocet. Esperaba que este amanecer no fuera tan portentoso para la Fuerza de Tareas como para nosotros. Los tres entonces especulamos en cuanto a que podría estar pasando con la Fuerza de Tareas. Sabíamos que los buques anfibios líderes habían tenido contacto con el Hermes el día anterior, pero era frustrante no saber que estaba sucediendo ahora mismo, 700 millas o algo así al este.
El día había comenzado bien, con mucho sol y cielo azul, y apenas un indicio de Brisa; un poco fresco, tal vez. A la inversa, los tres esperábamos que la Fuerza de Tareas estuviera inmersa en la niebla todavía, limitando así las opciones de ataque para la Fuerza Aérea Argentina. Con pensamientos sobre la Fuerza Aérea en nuestras mentes como lo principal, encendimos nuestra cocina para calentar agua para una infusión y cocinar nuestra primera comida caliente en más de veinticuatro horas. Mientras comíamos lo que para nosotros era una comida de gourmet, mis pensamientos iban a nuestra historia de coartada. Para agregar credibilidad a la historia, que había sido acordada con el Capitán Lyn Middleton, decidí que debíamos tener un diario de supervivencia. En nuestros paquetes de raciones, teníamos una cantidad de insumos de papel higiénico, aunque no era para nosotros el lujo del papel tisú suave del tipo de “trate-bien-a-su- trasero” adorado por el público británico. No, las Fuerzas Armadas usan hojas individuales de “Pussers” suaves y brillosas – no para el uso que tendrían que tener, aunque excelentes como papel para escribir. Después de la debida consideración, decidimos que nuestro diario reflejaría con precisión nuestros movimientos, si nos perdonan el juego de palabras, pero que la narración debía reflejar primero la historia de coartada de cómo terminamos en suelo chileno. La tarea de escribir el diario fue encomendada a Pete. La última tarea a realizar cada día antes de “avanzar en terreno accidentado” por la noche en campo chileno, sería registrar las actividades de las veinticuatro horas previas. Pensé que en caso de nuestra captura, el diario sería una garantía útil para respaldar nuestra historia.
Con los beneficios combinados de estar extremadamente cansados, una comida caliente y el sol cálido, el sueño fue más fácil de lograr que el día anterior. Decidí que nuevamente tomaría la primera guardia. Mientras que “Wiggy” y Pete dormían, evalué la situación y estudié el terreno para el camino de la próxima noche. Sería más de lo mismo, pero el terreno más al norte, parecía más empinado que cualquier otro que habíamos encontrado. A medida que la mañana transcurría, vigilaba el área de la playa y el camino pero la situación no cambiaba- dos o tres movimientos de vehículos por hora, ningún peatón y ningún signo de que alguien se interesara en la playa. Bien por ahora. Después de un almuerzo liviano de chocolate y galletas que bajamos con una taza de té, era mi turno de dormir mientras “Wiggy” y Pete hacían guardia. A la tarde, me desperté de un sueño profundo y realicé los preparativos para nuestro nuevo movimiento. Hasta ahora, habíamos tenido suerte con el clima durante el día sin indicios de lluvia. Mientras comíamos la cena que cocinamos, Pete comenzó a escribir las actividades de los primeros dos días en el diario de supervivencia. Fuimos cuidadosos en armar una versión de los acontecimientos que fuera convincente para las autoridades chilenas si fuera necesario. El diario, en consecuencia, era una amalgama de hechos y fabricación.
Con la luz del día inestable, levantamos campamento y partimos. Después de treinta minutos, llegamos al arroyo donde había llenado las botellas con agua durante la noche anterior, y aproveché la protección de la oscuridad para llenar nuestras botellas de agua nuevamente antes de unirme al lujo de un dhobi (lavado); el agua estaba casi congelada. Sintiéndonos refrescados, partimos nuevamente. Desafortunadamente, no mucho antes de nuestro viaje, comenzó a llover, y siguió lloviendo durante gran parte de la noche. Después de un par de millas en una bóveda de árboles, nos enfrentamos con un río rápido que corría a través de nuestro camino. Estábamos mojados por la lluvia, así que no tenía sentido desnudarse y cruzar el río como nos entrenaron en el SAS. En cambio, avanzamos con dificultad a través de él. No mucho después, tuvimos que trepar una colina empinada y barrosa. Después de haber caminado durante cinco horas, empapados, embarrados, tremendamente cansados y en peligro de desarrollar hipotermia, me detuve durante la noche. Siguiendo por el terreno que habíamos cubierto, el área estaba llena de árboles caídos, que resultaban una buena protección para no ser vistos. Todavía faltaban varias horas para el amanecer, levantamos la carpa de supervivencia, nos quitamos nuestra ropa mojada y nos metimos en la bolsa de
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