Buceando por internet buscando notas para el blog me encontre con un libro online: "Malvinas, Guerra en el Atlántico Sur" de Alberto N. Manfredi (h), una atractiva publicación sobre el conflicto (no se si fue editada en papel), entre los capitulos encontre "La lucha en el continente" el cual citare en tres partes donde relata distintos sucesos (la mayoria conocidos) con datos muy interesantes en donde se insiste que mas alla del Teatro de Operaciones en las islas Malvinas y sus aguas cercanas hubo otra guerra, no muy conocida ni muy publicitada, en nuestro continente, nuestras aguas y nuestro espacio aéreo, la inocencia de muchos todavia nos quieren hacer creer que una de las potencias mundiales no realizo casi ningun esfuerzo en nuestro país para vigilar, espiar o incluso sabotear objetivos bélicos que estaban siendo usados contra su Task Force pero la historia, los archivos que se van desclasificando y los relatos de propios participantes están derribando todos estos mitos, espero lo disfruten, saludos!
Lejos de lo que durante mucho tiempo se creyó, la guerra del Atlántico Sur no se circunscribió solamente a los archipiélagos australes sino que también involucró importantes áreas del continente e incluso, regiones mucho más distantes, como veremos más adelante.
Aquel agitado 1 de mayo de 1982, los británicos intentaron una de sus primeras incursiones en el sur argentino.
Recordará el lector que al referirnos al “Yehuin” dijimos que una noche de fines de abril, durante una de sus misiones de apoyo en el litoral patagónico, el radar de a bordo captó señales de lo que parecía ser un submarino no identificado navegando en las proximidades. Días después, el comando del TOAS recibió información de que en horas de la noche alguien emitía señales lumínicas desde la bahía de San Sebastián, al norte de Tierra del Fuego, en dirección al mar. Lo sugestivo era que no lejos de allí, se encontraba la Estancia Cullen, establecimiento rural en el que tenía asiento personal del consulado inglés y eso dio pie a las primeras sospechas. Fue uno de los primeros indicios de que los británicos intentaban infiltrar tropas en territorio argentino para llevar a cabo acciones de ataque y sabotaje contra las bases aéreas del continente.
Ese día fueron detectados dos submarinos ingleses navegando en el Golfo San Jorge, cerca de Caleta Olivia, hecho que llevó al alto mando argentino a lanzar el alerta a toda la región. La novedad no hizo más que confirmar la información suministrada dos días antes por las autoridades del TOAS en el sentido que comandos británicos habían desembarcado en la costa patagónica, en un punto ubicado al sur de Caleta Olivia, entre esa localidad y Puerto Deseado y que se habían refugiado en una estancia de la región.
El parte fue registrado en el Diario de Guerra del Liceo Militar “General Roca” de Comodoro Rivadavia, el 1 de mayo a las 10.30 horas y puso en estado en prevención a las guarniciones del sur.
Casi un mes después, el 29 de abril a las 20.15 hs, el director del mencionado establecimiento, teniente coronel Miguel Ángel Clodoveo Arévalo, recibió un llamado urgente en el que se le comunicaba que tropas de elite enemigas habían desembarcado en un punto no determinado, al sur del Golfo San Jorge y estaban dispuestas a llevar a cabo acciones.
En el liceo, se hallaban detenidos varios de los efectivos británicos que se habían rendido a las tropas argentinas el 2 de abril y por esa razón se extremaban las medidas de seguridad. Se trataba de Jeffrey William Warnes, de 37 años de edad; Stephen Charles York de 27, Richard Overall de 22 James William McKay de 21, Gary Moore de 19, Martin Thomas Smith y Stephen Dale, quienes llegaron allí el 5 de abril a bordo de un Hércules C-130, vigilados por un pelotón al mando del capitán Luis Bruno, jefe de la Compañía de Reserva del Liceo.
La llegada de los prisioneros fue supervisada por el teniente coronel Arévalo, quien dispuso su alojamiento en la Sala de Armas de una de las compañías de cadetes, único sitio con rejas del establecimiento disponible en ese momento.
Para entonces se especulaba con que los comandos británicos intentarían rescatar a sus compatriotas y por esa razón se ordenó tener lista a la guarnición para entrar en combate, reforzándose las guardias y licenciando a los jóvenes cadetes de entre 12 y 17 años que estudiaban allí, además de alistar dos helicópteros para salir en busca de posibles incursores.
Los soldados Eduardo Taboada, Marcos Medina, Edgardo Blaguerman, Enrique Pirani,Luis Daniel García, Oscar Steinbach, Fernando Luis Sieyra, Darío Filazzolau y ClaudioTantignone eran nueve de los efectivos que, al mando del capitán Héctor Marengo, se hallaban de guardia el día en que se propagó el alerta en el liceo. Blaguerman y Tantignone hablaban inglés y por esa razón fueron escogidos para custodiar a los prisioneros y hacer las veces de intérpretes.
El primero llegó a trabar amistad con ellos, tanta, que una noche en que un apagón sumió en tinieblas el lugar, los ingleses, presas del temor e incertidumbre, recurrieron a él llamándolo a gritos.
Durante su cautiverio, el de mayor edad, Warnes, le contó varias cosas sobre su persona, entre ellas, que era casado, que tenía dos hijos y que había combatido en Indonesia. A los ingleses detenidos se los trató de acuerdo a la Convención de Ginebra. Se les permitía hacer gimnasia en una habitación contigua a la sala de armas custodiados por hombres fuertemente armados y se les proveyó todo lo necesario para sus necesidades básicas. Ellos, por su parte, hablaban poco, obedecían las indicaciones y mantenían en todo momento una actitud muy profesional.
Para entonces, las versiones sobre una misión de tipo comando por parte de las fuerzas especiales del Reino Unido, comenzaban a tomar cuerpo. Una noche, a poco del arribo de los prisioneros, se produjo un fuerte tiroteo entre las tropas que defendían el liceo y fuerzas no identificadas que se desplazaban por los alrededores, lo que hizo suponer a las autoridades que se trataba de efectivos de elite enemigos que intentaban acercarse a la unidad militar.
El 17 de abril, los prisioneros fueron deportados hacia Montevideo y desde allí, devueltos a Gran Bretaña. Su partida no devolvió la calma al cuartel sino todo lo contrario ya que la presencia de fuerzas especiales desembarcadas en el continente cobró más fuerza que nunca cuando se supo que el alto mando británico organizaba ataques a las bases aéreas en territorio argentino, a efectos de contrarrestar la amenaza que implicaban para la Fuerza de Tareas los Super Etendard y A4 allí desplegados.
Se tenían indicios de que el gobierno británico era presionado por el Parlamento para apurar las acciones contra las bases continentales, en especial aquella desde la que operaban los Super Etendard armados con misiles Exocet, ya que veintiún diputados conservadores de la Cámara de los Comunes habían presentado una propuesta urgiendo a la primera ministra y su gabinete “...a no debilitar la presión militar en el Atlántico Sur con el fin de eliminar la capacidad de las fuerzas argentinas que podrían provocar pérdidas inaceptables a la flota británica”.
Ya en alerta las unidades militares del litoral patagónico, se emitieron circulares a los oficiales de enlace de las policías provinciales de Santa Cruz y Chubut, advirtiéndoles estar prevenidos y ordenándoles efectuar patrullas a lo largo de la Ruta Nacional Nº 3 para detectar cualquier movimiento o indicio de presencia foránea y detener a toda persona extraña, sobre todo, si hablaba inglés o con marcado acento anglosajón. Esas personas debían ser remitidas inmediatamente al Destacamento de Inteligencia 182 de Neuquén y se ordenaba la más absoluta reserva al respecto.
El 29 de abril, habiendo cundido el alerta de posibles desembarcos enemigosal sur de Caleta Olivia, fueron alistados dos helicópteros Bell UH-1H del Batallón de Aviación de Combate 601, el matrícula AE-419, al mando del jefe del Liceo, teniente coronel Arévalo y el AE-414 al del capitán Marengo, que a poco de ser abordados por efectivos de la unidad militar, partieron hacia el sur, en aquella dirección. Debían efectuar una misión de búsqueda y ataque previo reabastecimiento en la base de la cercana brigada aérea y a las 21.00 horas iniciar un movimiento de aproximación helitransportada al tiempo que efectivos de la Compañía de Ingenieros 3 marchaban por tierra. El AE-419, piloteado por el teniente Marcos Antonio Fassio, llevaba al sargento primero Pedro Andrés Campos como copiloto y al sargento Néstor Daniel Barros como ametralladorista. Había partido en primer lugar, seguido quince minutos después por el AE-414 del capitán Marengo, en el que viajaba Marcos Medina, uno de los soldados que tuvo a su cargo la custodia de los prisioneros ingleses. Según sus palabras, a poco de llegar, saltaron a tierra y se desplazaron hacia la costa, avanzando agazapados, con sus armas sin los seguros, listos para disparar si la ocasión se presentaba. Una vez frente a la playa, el capitán Marengo ordenó cuerpo a tierra y allí esperaron mientras la gente del primer helicóptero montaba un puesto de guardia.
Permanecieron en el lugar cerca de media hora hasta que el jefe de la sección ordenó incorporarse y marchar hasta la cercana comisaría de Caleta Olivia, que se hallaba ubicada cerca de la playa, donde llegaron al cabo de veinte minutos. A las 2 de la madrugada del 30 de abril los soldados, que se encontraban descansando en el destacamento policial, recibieron la orden de prepararse para reemplazar a los efectivos del primer helicóptero que en esos momentos montaban guardia en la costa. Así lo hicieron y hacia allí se dirigieron, siempre a pie, en medio de la noche.
La vigilancia en aquel punto se prolongó hasta las seis y media de la mañana cuando, a falta de novedades, se ordenó levantar el puesto y dirigirse hacia los helicópteros que aguardaban posados a 5 kilómetros de allí. Cuando Medina y sus compañeros llegaron al lugar, el AE-419 del teniente coronel Arévalo ya había partido. Salieron con rumbo sur, en un día brumoso y volaron sin contacto de radio durante varios minutos, hacia una estancia llamada “La Floradora” donde se suponía que los comandos británicos se habían ocultado.Arribaron al lugar algo más tarde de lo planeado porque a causa de la niebla, habían equivocado la ruta y así, después de aterrizar, echaron pie a tierra y se desplegaron por el terreno, tomando posiciones cuerpo a tierra con sus armas apuntando hacia el establecimiento rural.Pasaron un buen rato en esa posición, atentos a cualquier movimiento, observando los edificios que se recortaban a lo lejos, mientras los oficiales recorrían el perímetro con sus prismáticos. Todo era silencio y quietud y a excepción de la hierba, movida por el viento, nada se movía. Permanecieron cerca de cuatro horas en el lugar sin noticias del AE-419, que debió haberse posado en las cercanías antes que ellos y sin rastros del enemigo. Por esa razón, pasado el mediodía, el capitán Marengo decidió regresar a la comisaría para informar los resultados de su misión. La pregunta que todos sehacían era: ¿qué había sido de Arévalo y sus hombres?
A las 12.15 de aquel misterioso 30 de abril, el helicóptero AE-419 fue declarado en emergencia. Veinte minutos después un aparato de similares características, perteneciente a la Prefectura Naval de Caleta Olivia informó haber encontrado los restos de una aeronave fuera de la bahía, a unos 10 kilómetros al sur de esa localidad, por lo que a las 13.20 del mismo día, se ordenó a las unidades militares efectuar rastrillaje total utilizando para ello todos los medios disponibles. Mientras se daba cuenta de la novedad y se organizaba la búsqueda, el general Osvaldo García impartió directivas terminantes en el sentido de no informar el hecho a nadie y mucho menos comunicarla desaparición de los efectivos a sus familiares. Fue un civil, vecino de las inmediaciones, quien encontró los primeros indicios del desastre. El poblador, que recorría la zona colaborando con las autoridades, dio con un pedazo del tanque de combustible que acercó inmediatamente a la comisaría de Caleta Olivia donde informó que había restos del aparato esparcidos en un radio de 300 metros.
Al saber la novedad, el capitán Marengo ordenó a sus soldados abordar el AE-414 y sin perder tiempo despegaron hacia el sur. Diez kilómetros después dieron con el siniestro notando a primera vista que, de acuerdo a la forma en que se encontraban diseminados los restos, la nave no se había estrellado sino que había estallado en el aire. Una vez en tierra, los hombres de Marengo se introdujeron en el mar e intentaron alcanzar la ría donde se hallaban los cuerpos. Como no lo lograron, debieron regresar en espera de la bajamar y una vez que esta se produjera, repetir la operación. Desplazándose lentamente, con el agua helada hasta la cintura, llegaron hasta el lugar donde flotaban los cadáveres. Los primeros en hacerlo fueron Medina y el soldado clase 62 Adrián García quienes, presa del asombro, notaron que los mismos se hallaban sin ropa y completamente mutilados. Los soldados extrajeron seis cadáveres y ya se disponían a hacer lo mismo con el resto cuando una repentina orden de relevamiento los obligó a suspender la operación y embarcar en el helicóptero. Volaron de regreso a la comisaría de Caleta Olivia y allí se alojaron por segunda vez, para permanecer en la zona tres días más. Finalmente se les indicó regresar al liceo y allí quedaron hasta el fin del conflicto, cumpliendo su servicio militar.
Los restos del AE-419 y sus tripulantes fueron retirados del lugar del siniestro en el más absoluto secreto y conducidos hasta un sector lindante a la Compañía de Transporte del Liceo Militar donde se efectuaron las pericias del caso. Esas pericias jamás se dieron a conocer y eso ha llevado a suponer que las fuerzas armadas argentinas ocultaron algo, posiblemente, que el helicóptero había sido derribado y que había tropas enemigas en territorio continental, versión que parecen confirmar las afirmaciones de varios testigos que aseguran haber visto el agujero de un proyectil en la parte inferior del fuselaje. Los efectivos muertos fueron velados a cajón cerrado y condecorados post-mortem con la “Medalla de la Nación Argentina al Muerto en Combate” aunque ni Marengo ni sus hombres ni los tripulantes del AE-414 son considerados combatientes por el Ejército, pese a que llevaron a cabouna misión idéntica a la de sus compañeros caídos.
Veinticinco años después, algunos de los soldados que prestaron servicio en el Liceo Militar “General Roca” recordarían esos hechos, relatando a la prensa sus pormenores así como también, detalles del cautiverio de los soldados ingleses que se habían rendido entre el 2 y el 3 de abril en las Malvinas. Edgardo Blaguerman tenía claro todavía el momento en que varios de ellos les regalaron sus pañuelos al momento de abandonar la unidad militar y cuando Jeffrey Warner le obsequió su paquete de primeros auxilios, “trofeo” que todavía conservaba un cuarto de siglo después. Escoltándolos hasta el ómnibus que los llevaría hacia el aeropuerto, quedó retratado en una fotografía publicada por un diario chubutense, mientras llevaba en el bolsillo derecho de su chaqueta los pasaportes de los prisioneros.
Sin embargo, durante el reportaje que se le hizo en esa oportunidad, cerró su comentario con una versión que más parece fantasía que realidad. Al parecer, durante una batalla cuerpo a cuerpo en el mes de junio, un teniente primero de apellido Echeverría, luego retirado, estuvo a punto de ser abatido por un inglés que, inesperadamente, le perdonó la vida. “No lo hago –le habría dicho- porque Blaguerman y Bruno me trataron bien en Comodoro Rivadavia”. De ser cierta la versión, el británico en cuestión se la debe haber pasado perdonando a argentinos durante toda la campaña.