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El Regimiento de Infantería 4 Parte I

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En esta oportunidad a mí me corresponde participar en las operaciones en Malvinas como oficial de inteligencia del Regimiento. 4 de Infantería; mi grado es teniente primero.

La misión del oficial de inteligencia es estudiar todo lo que tiene el enemigo, ver los problemas en tiempo y espacio que va a tener que enfrentar y en qué posibilidad el terreno lo va a afectar también para sus operaciones, y luego uno saca conclusiones. Qué es lo que puede hacer, en qué oportunidad y con qué lo puede hacer para tratar de —con los medios que uno tiene— evitar que desarrolle esa capacidad.

Estaba en Buenos Aires capacitándome en una nueva especialidad en mi carrera, y luego del 2 de abril y todos los festejos y el alborozo patrio recibimos la orden de alistamos. A mí, como a los demás cursantes, nos corresponden distintas unidades de acuerdo con el arma a la cual pertenecemos. Me tocó el regimiento que había sido mi primer destino cuando era subteniente y con él fui a Malvinas.

Fuimos bajando toda la costa hasta Río Gallegos y luego cruzamos a Malvinas. Primero hubo problemas con la jefatura porque todos queríamos ir en el primer avión. Por las dudas, nadie quería esperar porque estaba próximo el bloqueo y si alguno se quedaba, por ahí no embarcaba. Realmente el jefe tuvo que poner su carácter para ordenar eso.

El jefe me asignó viajar con él junto con el oficial de operaciones que es otro asesor al cual necesita tener cerca y llegamos un día espléndido pero de mucho, mucho frío. Nos sorprendió el panorama muy pintoresco, el faro, aunque ya nos habíamos sorprendido antes del aterrizaje: las islas eran inmensas y había montones de islotes de todo tamaño.

Si bien en Comodoro o Río Gallegos había actividad intensa y uno entraba en el vértigo del ambiente de combate, llegar a Malvinas me causó una conmoción diferente. El aeropuerto estaba totalmente rodeado de tropas en posición, había tres o cuatro aviones desembarcando al mismo tiempo, distintos tipos de unidades.

A medida que llegaban se iban despidiendo los contingentes a marcha o con los equipos en camión hacia adentro de la isla.

Tuve la suerte de que el jefe me diera la misión de hacer un contacto en la casa del gobernador. Ahí por primera vez realmente vi la bandera. Fue una impresión muy particular y a través de lo que vi en las revistas, en seguida identifiqué el lugar donde cayó el capitán de Marina Giacchino.

Bueno, solamente un soldado puede comprender completamente a ese héroe y a esa bandera y lo que significan. Este fue el primer golpe emotivo. Si ese hombre cayó veníamos para dar el mismo tributo. Tenía conciencia y estaba convencido de que íbamos a dar combate. Tanto es así que las previsiones del jefe, lo digo sinceramente, fueron muy acertadas. En ese aspecto, pues, con miedo a que cayese algún avión distribuimos todo el equipo de forma de que en cada avión fuera un jeep, un cañoncito, un morterito, unos soldaditos de la pieza, un poco de fideos, un poco de arroz, munición, o sea todo repartido en cada avión.

Nos alejamos del aeropuerto unos tres kilómetros y nos tomó la noche en un lugar donde había unos barcos hundidos. Ocupé lugares de descanso muy precarios, llovía. Fue dura esa noche precisamente porque recién llegábamos, pero gracias a la previsión de repartir teníamos una cocina para nuestra comida.



A la madrugada siguiente empezamos una marcha de infantería pura con equipos, hasta cerca de Bahía Agradable —el cerro Wall— a unos diecisiete o dieciocho kilómetros. En ese lugar nos encontramos con unas tropas del Regimiento de Infantería 12. Nosotros teníamos inicialmente la misión de cruzar a la otra isla, a la Gran Malvina, pero empezaron a llevar el Regimiento 12 con los helicópteros a Darwin y nosotros quedamos allí dominando Puerto Harriet y Bahía Agradable o Fitz Roy, no sé con qué nombre lo conocieron acá ustedes a través de la prensa. O sea que estábamos asentados en los montes Wall, Challenger y Kent; este último es un monte totalmente dominante, como si fuese una cortina gigante que uno tiene adelante y que impide ver el otro lado de la isla. Quedamos como reserva helitransportada; una compañía mi se desprendió para reforzar las posiciones de otras unidades en otros lugares de la isla y quedamos un poco disminuidos.

Sobre todo porque nos agarró el bloqueo aéreo inglés con gente nuestra en Río Gallegos, con equipo que nunca pudo llegar a la isla.

Estábamos dominando —digamos— toda la isla, mirando hacia la Antártida. Apenas llegados, a altas horas de la noche, después de la marcha hasta esta zona que era totalmente anegadiza, tratamos de armar algún lugar donde dormir. Yo puse varios cajones de munición y dormí ahí, otro durmió arriba de unas bolsas de papas, otro durmió en un montón de piedras, otro se pudo poner en alguno de esos vehículos que nos habían quedado. Se dispersó la gente y se pasó al descanso.

A las cuatro de la mañana recibimos un ruido, primero muy distante y luego atronador. Pasó muy cerca, no dio tiempo prácticamente a reaccionar; había una neblina muy espesa en la zona nuestra. Al rato escuchamos unas tremendas explosiones y nos dimos cuenta de que habían bombardeado la zona de Puerto Argentino. Fue el gran bombardeo del 1 de mayo al aeródromo. Toda nuestra carga pesada que había quedado en el aeródromo, esperando ser movida, fue tocada. Perdimos material importantísimo. Había prioridades y nuestra carga quedó, pues se habían estado moviendo piezas antiaéreas con los. helicópteros.

No olvidemos que había que cruzar muchos ríos, bahías, y de los caminos. ni hablar. Nosotros el 1 de mayo empezamos a ganar la altura, mantener las posiciones, explorar, reconocer, tomar todos los contactos propios de un comando que está emplazándose. Reconocer las costas: un lugar muy, muy difícil. -

A partir de ahí se tomó más conciencia de la gravedad de la situación. No nos olvidemos de que nuestra unidad estaba totalmente al descubierto por el hecho de haber llegado a la noche a ese lugar. Ahí nomás se dio la orden de ocupar ciertos cerros y tratar de reforzarlos. Teníamos problemas administrativos por el material destruido en la pista y los aviones que no habían pasado, y debíamos replanteamos muchas cosas. Inclusive adecuar la gente y todo a otras alternativas y usos, a lo que teníamos.

La unidad quedó un poco desinflada en medios, pero se empezó a recuperar munición con apoyo de otras unidades y fuimos recuperando material que nos fue consolidando más en las posiciones.

Aparecieron los barcos y tiraban; nosotros observábamos el combate aeronaval. Veíamos los barcos, avisábamos en qué rumbo venían, la distancia, cuántos eran y, si podíamos, dábamos las características. Esto lo hacíamos mediante radares y observación. Informábamos a Puerto Argentino y de ahí se tomaban las previsiones. De noche evidentemente la fuerza aérea no operaba pero se fueron tomando una serie de medidas con cañones y artimañas. Los barcos, con el tiempo, empezaron a cuidarse algo. Nosotros estábamos a siete u ocho kilómetros de la costa y esos barcos operaban con helicópteros elevados. Siempre los tenían.

Los veíamos sobrevolar y empezábamos a hacer una contrabatería eficaz, tal es así que nos daba risa ver en el radar al helicóptero subir, bajar, cambiar de posición, porque venía espiando a ver adónde podía estar el cañón. También en las costas estaban previstas avanzadas de combate, grupos muy reducidos realmente muy valientes que se adelantaban hasta ocho kilómetros, todos los días y todas las noches, para tomar contacto con los ingleses por si hubiera desembarco. Eso fue muy duro, porque el camino a la costa era tremendamente difícil.

Después de la caída de Darwin, no puedo precisar realmente la fecha, hubo una serie de informes que nos advirtieron dónde estaban los ingleses. Estaban avanzando a unos veinte kilómetros de nosotros. Más allá de nosotros y hacia los ingleses, si bien había tropa nuestra, eran grupos reducidos que más que nada tenían la misión de dar la alarma e informar. Por nuestra parte, tuvimos una serie de experiencias, como encontrar restos de patrullas de comandos y elementos de ellos muy cerca de nosotros. No se daba el combate por casualidad, al no encontramos, frente a frente, pero encontramos, como dije, residuos que indicaban que por ahí andaban.


Ya sabíamos que los ingleses estaban y que lanzaban—igual que nosotros— gente para informar. Estas patrullas siguieron un poco así, sin combates, y la artillería todavía no la sentíamos, excepto la de los barcos que venían de noche; o de día cuando había neblina y seguían tirando.

En esa época empezaron a aparecer —y nos tiraron— los misiles antirradar, los antirradio, y a la vez empezaron para nosotros las limitaciones en el uso del radar y de la radio. También teníamos grandes interferencias, inclusive nos insultaban los ingleses. Aparecen ciertos elementos que nosotros no teníamos. Pero no pensábamos que nos iban a vencer. Nos decíamos: "Contra nosotros no van a poder". Con los que yo hablaba, la idea general era: había que darles con lo que fuera, con piedras o con lo que fuera. No teníamos malas armas, pero esas armas imponían un cuidado mayor que en el continente, por la gran humedad.

Inclusive el frío cambiaba muchas cosas, como sucede con un coche. No es lo mismo tenerlo en Buenos Aires que estacionado en Ushuaia.

En el monte Kent había una fracción destacada que se tuvo que replegar con los ingleses realmente pisándoles los talones. Llegaron a nosotros con los ingleses en los talones. Los nuestros iban por una punta del monte y los otros iban trepando. Esa fracción no tenía, por efectivos como por armas, capacidad de responder a un ataque importante.

A esta altura nuestros comandos ya habían entrado en combate con los ingleses en muchas oportunidades, pero por suerte se recuperó mucha gente: herida y todo, pero viva.

Los Harrier iban y venían, aunque más sobre Puerto Argentino; los barcos sí nos daban de noche y, como dije, descubriendo restos de los comandos ingleses cerca de nosotros, Tal era la situación. Ya se habían perdido helicópteros que nos restaban capacidad, y se habían perdido buques como el "Carcarañá", el "Isla de los Estados", el de Prefectura. - Los comandos nuestros que actuaban en la profundidad del enemigo nos hablaban de tremendas rutas de helicópteros ingleses. Ya sentíamos los helicópteros próximos en las noches cerradas sin viento.

Un día, a las ocho de la noche, llegó nuestro jefe, que había bajado al pueblo para una reunión de comando, y nos impuso la situación. Se apreciaron todas las posibilidades y no quedaba otra que pelear retrocediendo o arriesgarse a que nos agarraran justo en el repliegue y hacernos fuertes en los montes Two Sisters y Harriet, y resistir allí.

En Harriet ya teníamos pequeñas fracciones, es decir, esto es como las manos. Uno pone las manos para que no le peguen en el cuerpo. Las manos de Puerto Argentino éramos estos grupos, pero en el momento en que una de esas manos siente que quema, para ese lado se mantienen las mayores prevenciones. No irse de boca pero pensar y tratar de apreciar por qué el enemigo va por ese lugar.

Se tomó la decisión de hacer el cambio de frente y dirigirse a Two Sisters y Harriet, donde el regimiento daría el combate. El repliegue hacia allí debía ser tipo relámpago. Se decidió qué era lo que no servía y salir con todas las armas, munición, medicamentos —en fin, el equipo—, para lo que nos asignaron tres helicópteros. La orden era mover de noche todo lo que se pudiera y reunir el material pesado en determinados lugares para ver si los helicópteros podían sacarlo al otro tipo de material, bajarlo hasta donde llegarían tres camiones, y luego bajar la gente. Para colmo, a las diez de la noche, vinieron los barcos, empezaron a tirar y encima comenzó a nevar; así que realmente fue caótico.

Tuvimos que suspender durante dos preciosas horas la bajada de los cerros en la oscuridad, porque nevaba y los barcos estaban tirando. Afortunadamente después los barcos desplazaron el fuego hacia otro lado, la nieve acabó y quedó un gran colchón. A eso de las tres o cuatro de la mañana —no olvidemos que hay oscuridad hasta las ocho de la mañana— pudimos seguir bajando con la gente. Con las primeras luces, la gente estaba cargando camiones y continuando a pie. Otra gente cargaba los helicópteros y nos quedamos con una pequeña defensa antiaérea. Aparecieron los Harrier cuando afortunadamente los helicópteros se habían ido, pero atacaron nuestras columnas de marcha. Es decir, tropas reunidas en un camino, camiones cargados reunidos también —quiero decir en un lugar muy visible y expuesto—, y nosotros, desde la cima del cerro donde esperábamos los helicópteros, empezamos a disparar contra los Harrier. No sé si habrá caído alguno aunque le pegamos cualquier cantidad con munición trazante, pero no podemos decir que los hayamos visto caer.

Los aviones ingleses volaban día tras día, a cualquier hora, nos fotografiaban y ¡hasta les hacíamos caritas! Esa es la verdad. Nos atacaban con distintos resultados, especialmente sobre algunos depósitos y material. También nos volaron unos camiones y fuimos teniendo bajas pero por suerte y por entonces leves; o sea, heridos.

Volviendo al ataque de los Harrier que estaba relatando, tuvimos que suspender los helicópteros y la gente continuó replegándose, aunque fuera entre las piedras. Fue muy duro ese repliegue por todo el problema este, que es como que a uno lo encuentren en piyama en su casa.

Esa mañana mientras nos atacaban los Harrier, recibimos desde territorio enemigo un comando que era el único que quedaba de una patrulla. Nos informó con más claridad dónde estaba y qué movimientos había hecho el enemigo. Este comando volvió realmente desgastado, hecho pelota, con toda la ansiedad por explicarnos lo que había observado. Los demás compañeros quedaron, no volvieron. Después, con el tiempo, se confirmó la muerte de algunos y otros aparecieron heridos en las líneas inglesas.

Ya en el monte Harrier nos desplazamos con frente a Darwin y a San Carlos. Ahí sí ya tuvimos nosotros combate de patrullas. Además esa misma noche ya nos estaban disparando con artillería de tierra o sea que, sí nos hubiésemos quedado en el otro lugar, en este momento no estaría acá; o sí, pero no hubiéramos tenido entonces la dignidad con que pudimos combatir. Porque uno va a llevarle gloria a la Patria, pero no va a morir porque sí. Uno quiere héroes vivos, al menos eso es lo que le pedía a nuestros soldados. -

En la madrugada siguiente una patrulla fue a la antigua posición nuestra, y ya estaban los ingleses allí. Tuvimos entonces nuestras primeras muertes; muertos que intentamos recuperar con otra patrulla pero al final no se pudo.

En todo momento, salvo cuando había fuertes vientos y nevaba, los helicópteros ingleses eran dueños de la noche y la artillería empezó a concentrar fuego sobre nosotros. Tiraban una bengala y había una concentración en cincuenta metros cuadrados y así fueron batiendo los cerros. La artillería inglesa nos podía batir pero nuestra posición le impedía batir a Puerto Argentino y en esa situación estuvimos aproximadamente diez días. Los helicópteros enemigos se veían a simple vista y la artillería descargó su mayor violencia sobre nuestras posiciones. Tuvimos nuevos contactos nocturnos de patrullas y combates entrecortados, dispersos y rechazados,

Así como nosotros teníamos comandos en ~ dispositivos, ellos tenían los suyos metidos en los nuestros. En esa gran extensión que cubríamos, como los dedos de una mano, quedaban claros: era imposible cubrirlos con esos efectivos.

Al regimiento le tocó realmente una difícil misión; era muy duro estar en la violencia de la artillería día y noche... Le tiraban al camión de la comida, le tiraban a la cocina, le tiraron... en fin tiraron a todos lados. Pero también les contestábamos de vez en cuando con nuestras baterías, con nuestros morteros, siempre tratando de no delatar nuestras posiciones, pues ya sabíamos los radares que usaban: cuando tirábamos con morteros ahí nomás caían diez o veinte proyectiles en segundos. Ese fue un gran problema. Realmente era una lluvia de proyectiles ingleses.

Hasta ese momento teníamos cuarenta bajas. Nuestras patrullas, pequeños destacamentos dé diez o quince hombres, comenzaron a chocar con efectivos de cuarenta, cincuenta, sesenta hombres de ellos. Era evidente que estaban acercando gente, y así como nosotros chocábamos a retaguardia de ellos, los ingleses a su vez chocaban a retaguardia nuestra con efectivos nuestros. Era como los tanteos iniciales en el box, o sea el primer round. Les causamos muchas bajas a ellos; realmente era destacable la actuación de nuestros comandos. Nosotros recibíamos estas patrullas diezmadas, con sus heridos y sus muertos también. Pero los ingleses también salían con sus muertos y heridos y uno sentía la satisfacción de la revancha. Fue muy parejo.

Hasta ese momento la parte nuestra se mantenía bien y en las patrullas de nuestro regimiento actuaban soldados voluntarios, y en los comandos —por supuesto— eran todos oficiales y suboficiales.


Había muchos helicópteros de ellos; para nosotros mover la munición significaba tal vez tres noches sin parar—bajo el fuego y con la carga al hombro— subir al cerro mientras ellos cómodamente con los helicópteros llevaban el triple de munición en un ratito.

Un día de gran neblina hubo una serie de choques con el frente de las compañías nuestras; choques grandes en los cuales se empeñaban ya efectivos nuestros, importantes en hombres.

Esta neblina nos tuvo así unos seis días, que ellos aprovecharon y ya medio estaban tocando los flancos nuestros. lero el regimiento seguía resistiendo bien y empezamos a cambiar de posición ciertas fracciones. Cambiamos las armas pesadas de lugar para evitar que con el conocimiento que obtenían por la mañana, les sirviese para tener éxito por la noche. Varias veces pasó que sus ataques cayeron al vacío, precisamente por estos cambios, así que se quedaron en nada.

Hicieron dos ataques a fondo; digo a fondo cuando se llega a la profundidad nuestra evitando el combate y tratando de golpear en el lugar último y más importante de los nuestros. Los rechazamos a cincuenta metros, con todo nuestro fuego, tirando con nuestros morteros. Se nos metió este ataque como un puñetazo en el hígado porque evitaron la parte más fuerte. Entraron con una neblina terrible y ya no teníamos radar antipersonal porque el fuego enemigo lo había dejado fuera de combate, y atacaron pegando en el costado, en el lugar neurálgico de nuestro dispositivo.

En el primer ataque los "aferramos" al terreno y pienso que podríamos haberlos aniquilado, pero apareció la artillería de ellos y realmente fue imposible. No pudimos arrasarnos porque el fuego de artillería era tremendo. Eso pasaba siempre: a veces teníamos solamente cuatro ingleses rodeados, y aparecía toda la artillería inglesa tirándonos.

Otro ataque se hizo una posición de nuestro regimiento a la derecha, pero de frente a nosotros; o sea otra vez trataban de vencer la resistencia pero los rechazamos. Esta vez pegaron en una posición muy fuerte que teníamos, pero a Dios gracias fue rechazado nuevamente con éxito. También hicieron una maniobra de distracción contra nuestro puesto de comando, que rechazamos. Aparecieron también barcos tirando, pero les falló, porque el ataque que chocó de frente contra la posición que mencioné fue. rechazado, como dije.

El teniente primero C.A.A. estaba al mando de la compañía que rechazó el ataque principal. Este comando era muy fuerte, tenía coheteras hechas con restos de un Pucará, ametralladoras; estaba super reforzada, y tenía además una cosa muy homogénea.

Hay un detalle en este ataque que vale la pena mencionar. Después de rechazar el ataque al puesto de comando, como ya dije, nos dimos cuenta en ese momento de que los ingleses habían aproximado gente a "caballo" de la costa y que ya, por nuestros efectivos, no podíamos ocupar esas posiciones. Empezamos a recibir fuego de artillería también.

Un comando —el capitán J.E.J.— aislado, solo entre los ingleses, consiguió llegar a la parte superior del monte Kent, ubicar y contar todas las bocas de fuego. Nos tiraban treinta y dos cañones, Realmente meritorios eran los comandos. Eran sin duda tropas especiales, gente que vive más allá de la vida y de la muerte, encomiable.

Bueno, volvernos a la gente que se había aproximado a "caballo" de la costa y de donde recibíamos fuego. Empezamos ahora a recibir fuego de armas más livianas, es decir, empezaron a acercarse morteros. Nos estaban tirando desde tres kilómetros, y con ellos a unos pocos metros menos, nos podíamos batir con ametralladoras. Bajamos y hubo varios choques de grandes efectivos rechazados, sobre todo en el otro cerro, no en el que yo estaba. Esas noches fueron todas de pequeños o grandes combates pero, sobre todo, permanente fuego de artillería día y noche. Hasta las ocho de la noche la artillería de campaña, y aproximadamente desde las veintidós empezaban los barcos. Tres, cuatro, con una velocidad de disparo tremenda. Tiraban al cerro, como pegando a una pared. Corrían treinta metros, tiraban ahí y otros treinta metros y volvían a tirar, cuadrado por cuadrado.

Era como una máquina automática: tá,.. tá... ta... tá, pero contra el cerro, así que uno vibraba todo. Realmente vibraba y caían piedras. A eso hay que agregarle los Harrier, que también aparecían. A partir del dos de junio llegamos a estar por las noches sesenta por Ciento levanta. dos y cuarenta por’ ciento durmiendo.

Bueno, volviendo nuevamente al tema de los morteros que acercaron esa noche, ya nos complicaba más porque ésta es un arma que, si no se tiene un radar, es muy difícil de detectar, pues se escucha menos y a uno le sorprende el proyectil. El teniente primero C.A.A., que como relaté, resistía el ataque principal desde otra posición, empleando el fuego de todas sus armas, dio vuelta un mortero y empezó a disparar bengalas permanentemente a los ingleses que nos atacaban a nosotros en el puesto de comando del teniente coronel. Así que pudimos rechazar y definir mucho mejor, pero ahí nomás sobre las bengalas empezó a tirar artillería de ellos y, debo decirlo, con eficacia "excepcional" como dice Nimo.

Porque la artillería es raro que pegue sin dispersión y esto sucedió como si pusieran el dedo en un lugar y ahí caían cincuenta proyectiles. Eso se debe a equipo y también a entrenamiento. Con una tropa con mucho tiempo de instrucción, nosotros también lográbamos eso. No hablo de cadetes del Colegio Militar o suboficiales, que a ésos uno los tiene en un camión con todos los morteros desarmados y en un lapso de un minuto, a más tardar, están abriendo fuego.

A través de estos ataques sacamos mucha experiencia sobre los equipos que convenían; corrimos también nuevamente las armas y reforzamos con tropas.

El teniente primero C.A.A., a su vez, estaba bien en contacto con el enemigo, tan en combate casi cuerpo a cuerpo, que trataba de replegar heridos y romper el contacto para poder tirar con armas pesadas. Logró hacerlo, y así pudo rechazarlos. De esa forma, tirándoles con sus propios morteros y ametralladoras.

Previamente, había habido combate hasta a diez o quince metros, inclusive heridos nuestros quedaron entre los ingleses, se hicieron los muertos, y gracias a Dios los tenemos acá. Ese fue el segundo ataque.

No voy a hablar del estado espiritual que teníamos y de los capellanes que había. Ellos ven una dimensión humana tal vez mayor y superior que la mía, que soy combatiente. Yo miro mucho a la gente, me gusta ver las reacciones y ya a esa altura yo tenía idea de cómo actuaba el personal y evaluábamos con el jefe del regimiento dónde podríamos tener problemas y de qué modo los oficiales de la plana mayor nos haríamos cargo de distintas situaciones. Ya a esa altura tratábamos de modificar lo que la experiencia nos decía. Tácticamente no aprendíamos nada, pese a que, como dije, notamos que tenían una precisión en los fuegos muy superior a nosotros.

Ellos tenían mucho equipo para la noche y eso lo advertíamos. En los choques diurnos de patrullas salíamos bien. Tratábamos de ganar el día para, ahí, poner las cosas en claro con los ingleses. Siempre nos iba bien ahí.

En ese momento teníamos’ raciones encima para cinco días desde el jefe al soldado (me dicen que las raciones las habían hecho en la Rural), porque ya realmente la cocina no iba más, ya nos habían bombardeado el camión tres o cuatro veces.

Ya no los teníamos desde el monte Wall y el Kent solamente, sino también desde nuestra izquierda. Nos estaban amenazando, pero igual el regimiento tenía que quedarse. A retaguardia, a unos cinco o siete kilómetros, teníamos un batallón de Infantería de Marina —el 5— que sería nuestro apoyo, de existir un repliegue. Cambiamos nuevamente las armas de lugar sobre todo las más pesadas y empezamos a preparar ese flanco amenazado. Pero era difícil iniciar una obra, inclusive por el desgaste del personal. Muchas veces no iniciábamos una obra por el hecho de cuidarlos un poco más, para que estuvieran más enteros para la noche. Durante el día prácticamente no dormíamos por la artillería y durante la noche, menos—dos o tres horas de sueño—, por el combate. Esto no se notaba evidentemente pero para esa época teníamos un desgaste no en lo espiritual, pero sí en la parte física. Lo notaba en cosas como que a un hombre se le mojaran los borceguíes y se los dejara, no tratara de secarlos; o cuando el hombre no se toma la molestia de tratar de calentar la comida aunque cueste, cuando al hombre tal vez se lo ve un poco callado.
Tengo que decir que la violencia de la guerra ya era total en nuestro caso. Ya a nosotros no nos faltaba nada a ese respecto, pues para esa fecha, alrededor del nueve de junio, estábamos viviendo la totalidad de la guerra.

Era una guerra abierta, con todo, vivíamos en combate. En todo movimiento de efectivos que hacíamos nosotros, que tenía que ser al descubierto en los valles, cruzar de un cerro a otro u ocupar posiciones en los lugares adelantados, nos tirábamos mutuamente. Es decir, un hostigamiento total. Había mucho combate, con entrecruzamiento de fuego de ametralladora. Eran combates de fracciones, secciones, que chocaban con los ingleses. Se aproximaban también helicópteros y les respondíamos con fuego de ametralladoras antiaéreas. Ya no solamente escuchábamos la artillería sino que veíamos los hombres, las armas automáticas. Ya sabíamos dónde vivían, quiénes eran y dónde hacían la letrina. Y ellos también de nosotros.

En esa situación yo creo, supongo, todos habíamos encomendado nuestras almas a buscar una dignidad por la cual vivir. Lo que significaba que teníamos que estar preparados para las más duras circunstancias. Eso se hablaba con los soldados y el teniente coronel ya había recibido una orden terminante de nuestra situación y de lo que de nosotros esperaban. Esto no quiere decir que se debiera pensar en morir sino en vivir en una patria digna, importante. Sí: teníamos que tener una clara conciencia de que había que batirse hasta el final. Se habló con el jefe del regimiento de esto y pensamos que no nos íbamos a replegar mientras pudiéramos pelear. Y lo íbamos a poder hacer, lo más importante, manteniendo las armas pesadas, de las que no queríamos desprendernos. Si nos replegábamos, temamos que ir por un caminito batidos totalmente por los ingleses y sin armas pesadas. En ese caso íbamos a tener que pelear con FAL contra cañones, morteros y todo lo que pudieran poner los ingleses. O sea, el general J. esperaba de nosotros, y el teniente coronel lo sabía, que no nos replegáramos mientras hubiera una posibilidad de no hacerlo. Yo estaba en un agujero de piedra, a cuatro metros de mí había dos soldados en otro agujero de piedra arriba un cabo y así seguía. Eramos los hombres de las cavernas y compartíamos, es decir, uno prendía un fueguito del lado donde no podían ver los ingleses —para evitar que nos tiraran— y en una lata de aceite de cinco litros poníamos una o dos raciones, no importa de quién. Era vida colectiva, otros tiraban un poco de polenta y comíamos a cuchara, todos reunidos, o nos pasábamos la lata si había mucha artillería. Tomábamos agua del lugar, había agua de charcos, agua elevada. Nuestra gente, nuestro regimiento, se hizo a la vida dura y no nos pasó nada. No tuvimos colitis, disentería, tiada, nada. No teníamos ni resfriados, eso es lo que más sorprendía: que en ese clima realmente duro, ‘no tuviéramos ni un resfriado. Nadie vino a decirme tengo gripe, me duele la cabeza. Sí tuvimos algunos que tuvieron enfriamiento de los pies e inmediatamente, bajo el fuego, se los evacuó.


RELATO EXTRAIDO DEL LIBRO "ASI LUCHARON"- (Carlos Turolo).

www.laperlaaustral.com.ar 


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