El P. Vicente Martínez Torrens fue el primer sacerdote de Ejército en llegar a las Islas Malvinas en el conflicto bélico de 1982. Vivió de cerca los horrores de la guerra y regresó al continente cinco días después de la rendición con el buque hospital Almirante Irizar. Rescató la espiritualidad de la tropa, la moral que tuvieron; realizó un desesperado llamamiento a evitar más suicidios entre los excombatientes, dándoles el lugar que se merecen en la historia argentina.
“Con mucha picardía, un muchacho, cuando lo licenciaron después del conflicto, tomó un teléfono, le habló a su madre y le dijo: tehago una pregunta, tengo conmigo un compañero, mutilado, y quisiera llevarlo a casa, ¿cómo lo recibirías?..., ¿si fuera hijo tuyo qué le dirías? La madre, sin reflexionar, respondió: ¿un mutilado en mi casa?, para que sea un inútil y sólo estorbe... ¡preferiría verlo muerto!. Era él el mutilado. Al escuchar la respuesta de su madre, tomó un arma y se pegó un tiro. La sociedad (en este caso su propia madre) lo indujo al suicidio, al igual que a otros cuatrocientos soldados, por no comprender los actos de heroísmo de los que había formado parte”.
Esta historia, terriblemente verdadera, enmarca la lucha del sacerdote Vicente Martínez Torrens, el primer cura salesiano en llegar a las Islas Malvinas durante el conflicto bélico de 1982. Ahora, junto a los veteranos, trata de que la sociedad no ignore y no dé la espalda a los soldados que lucharon por una ilusión: ser soberanos y recuperar el territorio malvinense. El sacerdote concluyó su reflexión respecto a ese soldado que ante la incomprensión de su madre se suicidó, diciendo que “a él, como a cientos de otros soldados, los mantenía vivo aquello que yo les había dicho: ‘con un brazo menos o una pierna menos, mientras tengas la cabeza pegada al cuerpo tu madre te quiere igual’ el objetivo era seguir vivo, pero muchos no pudieron resistir el rechazo de gran parte de la sociedad y hasta de su propia familia”.
El Padre Vicente guarda escritos con infinidad de anécdotas e historias que hacen estremecer. Desde hace diez años que, dejada la docencia, es parte integrante del equipo que dirige el archivo histórico salesiano, en Bahía Blanca.
Los salesianos en Malvinas
Una de sus tareas específicas es la de incrementar el patrimonio que tiene la Congregación Salesiana sobre las Malvinas. Cabe destacar que los salesianos llegaron al archipiélago en el año l888. Anexo a la iglesia parroquial fundaron un colegio primario en Port Stanley. Desde entonces y hasta 1952, año en el que se creó la Prefectura Apostólica de Malvinas, dependiente de la Santa Sede, mantuvieron una presencia ininterrumpida en el archipiélago. Esa presencia permanente de la Iglesia debe considerarse como un hito de soberanía, porque el nombramiento de los sacerdotes en las islas era realizado desde las diócesis argentinas.
Una de sus tareas específicas es la de incrementar el patrimonio que tiene la Congregación Salesiana sobre las Malvinas. Cabe destacar que los salesianos llegaron al archipiélago en el año l888. Anexo a la iglesia parroquial fundaron un colegio primario en Port Stanley. Desde entonces y hasta 1952, año en el que se creó la Prefectura Apostólica de Malvinas, dependiente de la Santa Sede, mantuvieron una presencia ininterrumpida en el archipiélago. Esa presencia permanente de la Iglesia debe considerarse como un hito de soberanía, porque el nombramiento de los sacerdotes en las islas era realizado desde las diócesis argentinas.
Su arribo a las islas
El primer Capellán desembarcado el día de la recuperación fue el Padre Ángel Mafezzini, de la Armada. Formaba parte de la tripulación del buque Cabo San Antonio, en el operativo “Rosario”.
El Padre Martínez fue convocado por la comandancia de la Brigada Infantería IX con asiento en Comodoro Rivadavia el día 3 de abril. Entre el 2do Comandante de la Brigada, Coronel Alais y el Padre Benigno Roldán, hoy fallecido, entonces Jefe del Servicio Religioso de la Brigada, lo impusieron acerca de la misión que debería desempeñar como Capellán. Transportado de inmediato en un avión C130 Hércules, su arribo al aeródromo Malvinas le despertó sentimientos indescriptibles. “Al descender por la escalerilla del avión y poner el pie en la verde turba me hizo sentir todo un “Amstrong” cuando pisó la luna”, dijo el sacerdote. Su primer asentamiento fue en el ex cuartel de los Royal Marines, en Moody Brook.
Lo primero que hizo
“Lo primero que hice a mi llegada fue tratar de descubrir algún conocido para compartir esa inmensa emoción. En ocasiones, las emociones si uno no las comparte quedan como ahogadas; uno siente la necesidad de participar esas vivencias. El palmear la espalda de alguien y decirle ‘¡che, mirá en dónde estamos!’ eso es importante. Encontré a algunos exalumnos míos de Comodoro Rivadavia y también al teniente coronel Mohamed Alí Seineldín. Trece años atrás había establecido una relación muy buena con él al trabajar como capellán auxiliar en la Compañía “B” del R. I. 2 Parac., a su cargo. En 1969 realicé el curso de paracaidista y pude hacer varios saltos con él”, destacó.
Agregó que “(Seineldín) me adoptó como capellán de su regimiento.” Su misión en la guerra fue proveer a las necesidades espirituales, la contención de la persona en los momentos difíciles, a todo nivel. El logro de estos objetivos los llevó a cabo mediante la celebración diaria de la eucaristía y de la Semana Santa, la administración de los sacramentos de la reconciliación y la confirmación, con charlas personales y grupales, manteniéndose codo a codo con todos, fueran éstos personal de cuadros o soldados.
“La moral, en el sentido militar, es mantener siempre vivo un ideal para que la persona logre un objetivo, aún en medio de situaciones adversas”, enfatizó el Padre Vicente Martínez Torrens. Esta moral se mantuvo alta en todo momento, aseguró. Para facilitar su misión contó con un helicóptero que lo transportaba hasta la Gran Malvina y un Jeep para recorrer toda la Isla Soledad.
Historió que durante todo el mes de abril, hasta el 1° de mayo, a las 4:30 de la mañana, fue un preparar la defensa. Los soldados cavaron sus trincheras, que fue el hábitat durante los setenta días de contienda.
La incertidumbre de la llegada del enemigo
El pensamiento de los soldados sobre qué harían los ingleses a su arribo a las Islas, era el de sus superiores. El sacerdote dijo que “el soldado es el fiel reflejo de sus jefes; si éstos eran muy cuerdos y pensaban bien contra quien nos enfrentábamos no creaban ilusiones. Pero también estaba el otro, que relativizaba las cosas, que vivía manifestando que no llegarían...” El apoyo de las familias fue decisivo. “He leído muchas cartas enviadas a los soldados alentando la lucha: ‘debés mantener en alto la moral, tenés a un Dios que te acompaña, a una familia que te espera y a una Patria que te necesita’”.
Con un clima y un hábitat totalmente desacostumbrado: húmedo, ventoso, con poco sol, con los pies mojados (origen del “pie de trinchera”), soportando varias andanadas de bombas durante el día y el cañoneo naval en la noche, con pocas horas de sueño, es decir: protagonistas de una guerra y no un picnic, como los mismos británicos dijeron, los soldados no se quebraron. Hubo excepciones.
El primer bombardeo
En su relato llegó al momento del primer ataque inglés. Se lanzó el 1º de mayo. El capellán se encontraba haciendo compañía a la guardia reforzada. Estaban enfrascados en una conversación muy amena con un grupo ecuménico. Lo componían cristianos evangélicos, gente de extracción judía, católicos y también algunos universitarios que, por no ser practicantes se decían ateos. Hablaban de la vida, la fe, el noviazgo. Estaban redondeando los temas cuando a eso de las 4,30 sintieron una explosión y un temblor tremendos en el refugio que ocupaban. Salieron y observaron que un avión triangular, de grandes dimensiones, negro, visto desde abajo, bombardeado el aeropuerto, escapaba por el sector noreste. De inmediato escucharon las sirenas de la alerta y de las ambulancias.
Fue el inicio de un día infernal. La respuesta fue tan pronta y tan efectiva que la aviación enemiga tuvo que elevar la altura de sus máquinas para no ser derribadas.
Presencia del sacerdote en la guerra
En torno a la participación de un sacerdote en la guerra, dijo que "la Iglesia acompaña la vida del hombre, en todas sus circunstancias; si ese hombre entra en guerra también la Iglesia va a ir a la guerra, no para aplaudirla sino para sostener a ese hombre. Se deja en claro que la guerra defensiva es el último recurso de la tutela de los derechos legítimos de la nación. La presencia del Capellán ayudará a no permitir que el rencor y mucho menos el odio ganen terreno en los corazones.
Las balas no ven ni saben leer. Yo no portaba armas –aclaraba el Padre Martínez Torrens-, tampoco portaba insignia alguna que lo identificara a la distancia como sacerdote. Por consiguiente corría los mismos riesgos que los soldados y padecía las mismas vicisitudes. Estaba al alcance de las balas, las esquirlas o de los campos minados.
Hacia mediados de mayo recibió una consoladora carta del Vicario Castrense que entre otras cosas le decía: “Si S.S. Juan Pablo II pudo decir (24.1.1980) que los Capellanes Castrenses en tiempo de paz realizan una obra sacrificial y entusiasta, ¿qué os puedo decir, mis Hermanos Capellanes, que en el presente estáis en nuestras Malvinas o en la costa continental sureña? ¿Quién puede medir vuestro patriotismo, vuestro esmerado servicio, vuestros sacrificios bélicos, vuestro desgaste holocaustal?
La dificultad aneja a toda vida auténticamente sacerdotal, y la surgente de la pastoral castrense, hoy se acrecienta por el flagelo de la guerra.
Capellanes, os admiro; porque si como Sacerdotes os habéis hecho todo para todos, como castrenses os habéis hecho soldados con los soldados, y por ello, en el hoy de la Patria, estáis imitando el servicio de la Virgen María en su misterio de la Visitación; estáis encarnando de un modo vivencial al compasivo Samaritano; aceleradamente estáis completando la pasión de Jesús; y si lo dispusiera Dios, mañana acompañaríais al Señor en su muerte.
Capellanes hermanos, os reitero mi admiración.”
La protección de la Virgen
Fuentes confiables afirman que al aeropuerto le tiraron entre mil quinientas y mil ochocientas toneladas de bombas. ¡Nunca la sacaron de funcionamiento!.
Era creencia común que ese errar de las bombas a la pista se debió a la consagración de la misma a la Virgen, el día de la ocupación. En efecto, despejada de los obstáculos con la que se la había inutilizado, se enterró en la cabecera un rosario como signo de impetración de su auxilio.
Fuentes confiables afirman que al aeropuerto le tiraron entre mil quinientas y mil ochocientas toneladas de bombas. ¡Nunca la sacaron de funcionamiento!.
Era creencia común que ese errar de las bombas a la pista se debió a la consagración de la misma a la Virgen, el día de la ocupación. En efecto, despejada de los obstáculos con la que se la había inutilizado, se enterró en la cabecera un rosario como signo de impetración de su auxilio.
Un sin fin de anécdotas manifiesta el por qué de ese alto espíritu de los combatientes.
• Imposición de nombre al Operativo y cambio climático que, a la postre salvó de una masacre en el desembarco.
La flota que se dirigía al archipiélago, al segundo día de navegación, fue sorprendida por una inusual tormenta. Su magnitud hizo que uno de los helicópteros en el hangar rompiera sus amarras y causándole averías de importancia. La mayoría de los embarcados, no siendo marinos, sufrieron el mal de mar y quedaron en un estado tan deplorable que aconsejaron el cambio del día “D”. Lo pasaron al día 2 en lugar del 1º de abril. Todo volvió a la normalidad después de ponerse bajo la protección de la Virgen honrándola con la denominación del operativo: “Rosario”. Asimismo, el cambio de lugar de desembarco, evadió las playas minadas.
• Ataques aéreos se ejecutaron sobre personal que participaba de la celebración de misas, sin infligir baja alguna.
En una oportunidad se estaba celebrando la eucaristía. Al momento de elevar la Hostia el sacerdote observó que un avión tomaba la posición de ataque sobre el grupo. Pidió a la tropa que hiciera “rodilla a tierra”. El personal lo hizo de inmediato creyendo que era un gesto de adoración. Esa postura se mantuvo hasta que se escuchó la detonación de la bomba lanzada detrás del último hombre. Después que sobrevoló a la gente el avión, se ordenó “de pie”. La misa prosiguió con naturalidad. Se dirá que la posición de “rodilla a tierra” evitó la onda expansiva y las esquirlas de la bomba detonada. El hecho se presta a varias lecturas. La de aquellos hombres fue la lectura desde la fe: la Virgen nos protegió. Otro suceso similar ocurrió durante la misa de la festividad de la Virgen de Luján, Patrona de la República, el 8 de mayo.
• Utilización de la “ametralladora de 50 tiros” (que así llamábamos a la corona del rosario) y la finalización del hostigamiento naval enemigo.
Cuando los nervios se encrespaban por el largo cañoneo y las naves se pavoneaban valiéndose de la oscuridad y fuera del alcance de nuestras armas, echábamos mano al rezo del rosario. Finalizado el mismo concluía el ataque; se recobraba la calma y se podía dormir.
• Un inglés quiso rematar a un comando. Le disparó y el proyectil quedó atascado en su trayectoria al soldar con la cuenta del rosario que llevaba rodeando el cuello.
Persona y circunstancia de este hecho, que podría catalogarse de “milagroso” son conocidas. El entonces Tte. Jorge Manuel Vizoso, integrante de la Compañía de Comandos 602, fue herido en una emboscada. Mientras se hacía el muerto, el enemigo le descerrajó un tiro de remate. Es conocido el impulso de un proyectil trazante de FAL Esa pieza de acero quedó frenada en su trayectoria hacia el cerebelo cuando se encontró con la cuenta del rosario de plástico, que quedó fusionada.
• Varios casos de soldados tapados por la tierra de las explosiones de bombas y su aparición con vida.
Al pasar revista en una Compañía del R. I. 25 después de un bombardeo, faltaban dos soldados. “¿Quién los vio? ¿Dónde están?”. Dos preguntas que no tuvieron respuesta inmediata. Con el consiguiente nerviosismo se mandó hacer un “rastrillaje” en la zona. Resultado negativo. Nuevos interrogatorios; indagatorias y nada. Por ahí, un tímido soldado dijo:
— “a mí me pareció escuchar unos gritos que pedían auxilio, pero no vi nada”.
— “¿Dónde, soldado, dónde?, fue la pregunta general.
— Por allá abajo, agregó. E indicó la ladera de la posición cercana al agua.
Fueron todos corriendo hacia el punto señalado.
El rápido desplazamiento de un centenar de hombres en el blando suelo, hizo retumbar la turba.
Nuevamente se escuchó el pedido de auxilio.
Desesperadamente se pusieron a remover un montículo de tierra formado junto a un enorme cráter de bomba.
Allí abajo, en su pozo de zorro, aparecieron los dos soldados perdidos sacudiéndose la tierra de la cabeza y dando la novedad de la pérdida del fusil y del casco.
Una risotada espontánea estalló en toda la Compañía que festejó de esa manera la salida de los soldados, al tiempo que descargaban los nervios.
El Capitán Fernando Isturiz, contemplando la escena, exclamó: “No hay duda de que la Virgen nos protege”.
Escena similar narró el Suboficial de Marina Miguel Nika y comentó que el desenterrado era el Cabo 2º Forastier.
• Una prueba más de la protección de la Virgen se palpó cuando un misil, hilo guiado, ingresó en el despacho del Jefe de la Policía Militar saliendo ileso el Mayor Roberto Berazay.
Un día del mes de junio el Mayor Roberto Eduardo Berazay, Jefe de la Policía Militar recorría la orilla de la playa. Ve relucir un objeto entre el ripio. Lo levanta y observa. Era una “Medalla de la Virgen Milagrosa”. Con veneración la guarda en su bolsillo. Al amanecer del día siguiente, un misil “hilo-guiado” hizo blanco en la casa-cuartel. El sillón del escritorio donde el Mayor se encontraba dormitando fue destruido. Pocos segundos antes, necesidades fisiológicas lo habían despertado y salió de su oficina para realizarlas.
La relación entre la Medalla de la Virgen y el salir ileso del ataque, para este hombre de fe, fue clara: la Virgen le devolvió la gentileza.
• Relación entre la recepción del sacramento de la comunión eucarística y el coraje del soldado
El entonces Capitán Raúl Sevillano, aprovechando el paso del Capellán Martínez Torrens, le encarece que hable con un soldado afectado de una crisis depresiva. Toma conocimiento el Capellán que ese día era el cumpleaños del soldado y, como era habitual para esa circunstancia, le hace entrega del rosario bendecido por el Papa. Luego lo invitó a vivir sus próximos 365 días con Cristo. Jocosamente agregó: “que tu próximo cumpleaños sea con menos ‘petardos’ (entiéndase bombas)”. Manifestó el soldado su deseo de confesar y comulgar. Fue satisfecho. La semana siguiente el mismo Capitán llama al sacerdote y le pregunta “¿Qué le hizo a aquel soldado? ¡es un suicida!”. Contó su Jefe que en esa semana un bombardeo había cortado el tendido del cable del teléfono. En medio del ataque el soldado se ofreció para recorrer la línea arrastrándose. Logró reestablecer las comunicaciones. Frente al soldado el Capellán no sabía si felicitarlo o llamarle la atención por lo de kamikaze. Quedaron atónitos con la aseveración del corajudo soldado: “En qué quedamos. ¿No me dijo Ud., Padre, que quien a Jesús tiene nada teme? Yo lo recibí en la comunión y con Él paso el día ¡Qué puedo temer!”
Mil hechos más han hecho decir a testigos de la fuerte espiritualidad vivida en Malvinas, cosas como estas:
Mayor Luis Puga: “Soy un hombre de fe”
Teniente Carlos Perona: “Tuve a Dios como piloto”
Capitán Fernando Alberto Isturiz “No hay duda que la Virgen nos protege”
Tcnel. Mohamed Alí Seineldín: “Entre una bolsa de arena más y la protección de la
Virgen, prefiero a la Virgen”.
Mil hechos más han hecho decir a testigos de la fuerte espiritualidad vivida en Malvinas, cosas como estas:
Mayor Luis Puga: “Soy un hombre de fe”
Teniente Carlos Perona: “Tuve a Dios como piloto”
Capitán Fernando Alberto Isturiz “No hay duda que la Virgen nos protege”
Tcnel. Mohamed Alí Seineldín: “Entre una bolsa de arena más y la protección de la
Virgen, prefiero a la Virgen”.
Actos de heroísmo
Destacó Vicente Martínez la actitud de los equipos de sanidad durante la guerra, a quienes al ser convocados no medían los peligros a enfrentar en las acciones que debían realizar para l1egar hasta el herido. Añadió que “los suboficiales con la cocina de campaña también aportaron lo suyo; en más de una ocasión tuvieron que tirarse con el camión a la banquina por el bombardeo. Pasado el ataque continuaban la marcha para llevar la comida hasta la trinchera.
Después, con mucha emoción, recordó que “en el repliegue”, que era el momento más duro, se observaron muchos actos heroicos. Tenían la plena convicción de que habían hecho todo lo posible para resistir, pero fueron desbordados por el enemigo. Los heridos no eran desatendidos. Eran cargados por sus compañeros para que no cayeran prisioneros. El herido pedía que se lo abandonase, en más de una ocasión. Nunca se accedió. Hubo un caso concreto, en Darwin, donde el herido al ver que retardaba el repliegue pidió que se lo abandonara. Sus compañeros le dijeron que lo iban a dejar escondido, tapado con pastos, para que los ingleses no lo vieran. Por la noche traspasarían las líneas enemigas y lo rescatarían. Y así lo hicieron. Fue llevado a Sanidad y se lo atendió en su propio hospital. Fue un acto de amor, de heroísmo.
Un triste recuerdo
Con respecto a los actos atribuibles a las miserias humanas, el Padre Vicente dijo que fueron muy pocos, casi intrascendentes, aunque hubo uno que le dolió mucho, porque ocurrió con su chofer.
El Capellán tuvo un encontronazo con uno de los jefes militares, de alto rango. Por otro lado el 16 de abril habían llegado unos diez capellanes castrenses. ¿Qué hago aquí? Se preguntó. De acuerdo con el recientemente nombrado Jefe del Servicio Religioso en Malvinas, el P. José Fernández, retornó la tarde del día 19 de abril a Comodoro Rivadavia. Cuando explicó a sus superiores lo que había sucedido le hicieron valorar la acción pastoral que se vino haciendo y en la mañana siguiente retornó a bordo de un Fokker. Se presentó al Jefe del R. I. 25 y se reencontró con su chofer. Durante uno de los viajes el soldado me contó, como una anécdota, lo que le ocurrió el lunes 19, día en el que cumplía sus 19 años. Un superior lo había tomado entre ojos porque lo consideraba “privilegiado”: estaba al servicio exclusivo del Capellán, disponía del jeep 243, nunca le faltaron vales para el combustible, etc. etc. En la ausencia del Capellán, justo el día de su cumpleaños, recibió como regalo una permanencia a cielo abierto, en medio de la humedad de la turba y el frío. Fue doloroso haber recibido esa confidencia. Fue gratificante el comprobar que no guardó rencor, pero, no pudo menos que dar la información para establecer un correctivo a un caso tan triste –concluyó el sacerdote.
Con respecto a los actos atribuibles a las miserias humanas, el Padre Vicente dijo que fueron muy pocos, casi intrascendentes, aunque hubo uno que le dolió mucho, porque ocurrió con su chofer.
El Capellán tuvo un encontronazo con uno de los jefes militares, de alto rango. Por otro lado el 16 de abril habían llegado unos diez capellanes castrenses. ¿Qué hago aquí? Se preguntó. De acuerdo con el recientemente nombrado Jefe del Servicio Religioso en Malvinas, el P. José Fernández, retornó la tarde del día 19 de abril a Comodoro Rivadavia. Cuando explicó a sus superiores lo que había sucedido le hicieron valorar la acción pastoral que se vino haciendo y en la mañana siguiente retornó a bordo de un Fokker. Se presentó al Jefe del R. I. 25 y se reencontró con su chofer. Durante uno de los viajes el soldado me contó, como una anécdota, lo que le ocurrió el lunes 19, día en el que cumplía sus 19 años. Un superior lo había tomado entre ojos porque lo consideraba “privilegiado”: estaba al servicio exclusivo del Capellán, disponía del jeep 243, nunca le faltaron vales para el combustible, etc. etc. En la ausencia del Capellán, justo el día de su cumpleaños, recibió como regalo una permanencia a cielo abierto, en medio de la humedad de la turba y el frío. Fue doloroso haber recibido esa confidencia. Fue gratificante el comprobar que no guardó rencor, pero, no pudo menos que dar la información para establecer un correctivo a un caso tan triste –concluyó el sacerdote.
Las lágrimas de la guerra
Al consultarlo sobre los momentos de emoción, tanto de él como de los soldados, el sacerdote dijo que “gracias a Dios, lágrimas de emoción hubo muchas, lágrimas de tristeza... también. Recordó al primer muerto, a dos horas de haber llegado a Malvinas. Era un soldadito casi imberbe, chico de cuerpo, con una herida de bala en el pecho. Fue operado. Salió bien del quirófano, pero tuvo un infarto y no resistió. Lo recuerdo así, en la camilla, sin su ropa. Le administré el sacramento de la unción y adecenté lo mejor que pude para enviarlo al continente. Provisto de su uniforme debía ser enviado a la familia. En ese momento me conmoví hasta las lágrimas. Contemplar su palidez mortuoria, imberbe, imaginármelo cuatro meses antes tirando tizas en el aula me quebró. Después, con el correr de los días de la guerra, uno se va insensibilizando, se va endureciendo,” acotó el P. Vicente.
Una parrillada
"Recuerdo un muchacho al que una esquirla le había abierto el vientre. Las esquirlas grandes tocan a la persona en estado incandescente. No sólo cortan sino que también queman. Para suturar la herida hay que sacarle toda la carne quemada, la piel muerta. Después de la esterilización te das cuenta que están faltando diez centímetros de piel. Se impone, con el tiempo, un estiramiento de la piel. Mientras tanto el vientre de ese soldado queda al descubierto y los intestinos quedan expuestos. Para darle ánimo al herido, pasaba por delante reiterándole ‘No te quedes dormido’. La respuesta consabida era: 'no padre, no’. A un punto lo cansé y me dice ‘¿por qué a cada rato me dice que no me duerma? Y con una sonrisa en el rostro le digo: 'Hijo, llevamos tantos días sin comer carne que al verte así, con los chinchulines al aire, nos dan ganas de hacer una Parrillada' y en forma instantánea largó una risotada festejando el chiste. Esa era la moral que reinaba entre los soldados. A pesar del mal gusto del chiste había ganas de sonreír, porque estábamos convencidos que con un brazo o una pierna menos, basta que la cabeza permaneciera pegada al cuerpo, nuestra madre nos esperaba y amaba igual. La esperanza que teníamos era retornar al continente. Este soldado volvió. Después de seis o siete meses en el hospital central militar le hicieron las operaciones que requería y regresó al Chaco, a su hogar.
Una conclusión
El Padre Vicente Martínez, por último, comentó que “perdimos una batalla, no la guerra”. Hemos adquirido un reconocimiento mundial por nuestro valor. Hay muchos libros escritos sobre la destreza de la Fuerza Aérea, la habilidad del personal que piloteó los Súper Etendart y realizó la adaptación de los Exocet para tierra – mar, la valentía de una tropa que oscilaba entre los 18 y 20 años. No se han escrito, pero existieron, inventivas como los falsos radares de Bahía Fox o los lanza misiles construidos con los restos de las coheteras de los Pucará.
El gobierno de la Sra. Margaret Thacher puso como secreto de estado todo lo concerniente a la actuación en Malvinas hasta el año 2072. Noventa años de ocultamiento de la verdad. Mientras que acá, en la Argentina, hicimos culto a la desmalvinización. Veo con agrado como el estrés postraumático de la guerra y los veteranos hablan; son la historia viva, la verdadera historia”.
Recordó finalmente, con tono de preocupación, que la desatención al veterano, los calificativos peyorativos difundidos, la marginación de una gran parte de la sociedad ha llevado a casi 400 el número de los suicidios de excombatientes. El triunfo tiene muchos padrinos (rememoremos la Plaza de Mayo el 2 de abril de 1982), pero la derrota ninguno (remitámonos al recibimiento posterior al 14 de junio). No tenemos que agregar un suicidio más. No debemos tener conductas que induzcan a un solo suicidio más. GLORIA A LOS HÉROES MUERTOS Y HONOR A LOS HÉROES QUE VOLVIERON CON VIDA
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