Una historia muy especial fue la protagonizada por los mecánicos de los helicópteros del Ejército que operaron en las Malvinas. El teniente coronel Héctor Molina, veterano del conflicto y apodado por sus camaradas El Inglés por el caracter flemático con que revolvía su taza de té, sin inmutarse, mientras llovían las bombas británicas sobre el campamento argentino, tiene algo muy importante que decir acerca de ellos. "Cuando se habla de helicópteros -afirma- todo el mundo piensa en los pilotos, en los que hacen los vuelos, las pasadas. Muy pocos se dan cuenta de que estas máquinas no podrían ni despegar si no contaran con el cuidado y mantenimiento de los excelentes mecánicos del Ejército."
El teniente primero (R) Carlos E. Fernández agrega otro dato importantísimo para valorar la actuación de este personal. "Ellos eran técnicos, suboficiales preparados como mecánicos. Su función específica era el mantenimiento de la nave, y terminaron cumpliendo multifunciones, y actuando como combatientes, como artilleros."
Uno de esos veteranos de guerra que saben bien del tema es el cabo primero Luis Alberto Ahumada, conocido como Nicky Lauda por la quemadura que surca su rostro. "Mi función en Malvinas - recuerda - dentro del helicóptero era la de artillero de puerta. Si bien soy mecánico, mi función en la aeronave era la de artillero, disparando con la ametralladora, aunque a veces íbamos tan cargados de comandos que no tenía espacio para moverme y disparar mi arma. En ese trabajo sufríamos las inclemencias del tiempo, con la puerta abierta, recibiendo con fuerza la nieve y el viento helado de las islas. Con temperaturas de vuelo que rondaban los 30 grados bajo cero."
Otro mecánico que se destacó en las operaciones fue el cabo primero Héctor San Miguel. El 21 de mayo, el helicóptero que comandaba el capitan Svendsen se encontraba en vuelo para reunir tripulaciones dispersas en las inmediaciones de Puerto Argentino, cuando se escuchó en su frecuencia la voz del piloto de un avión Skyhawk de la Armada Argentina que venía en emergencia. El piloto pidió a la torre del aeropuerto que lo guiase. Svendsen logró comunicarse con él y trató de ubicarlo, mientras que se pudo escuchar cómo la torre lo guiaba en su aterrizaje.
El tren de aterrizaje del Skyhawk, sin embargo, no pudo ser bajado y el piloto tuvo que eyectarse, y cayó, desgraciadamente, al mar, a unos 1000 metros de la costa, al norte del aeropuerto. En esos momentos, el helicóptero de Svendsen se hallaba muy cerca del lugar donde había caído el piloto naval. Rozando el agua con los esquíes de la aeronave, se acercaron y observaron al piloto, casi inconsciente ya. Svendsen le ordenó al sargento primero Santana, su copiloto, que controlara el instrumental, y al cabo primero San Miguel, que tratara de tomarlo para ingresar en la cabina.
En esta inusual acción, que le valió a la tripulación del helicóptero una condecoración, hubo varios intentos en vano de sacar al oficial del agua, con el obstáculo del salvavidas que llevaba puesto y que le impedía mover los brazos, así como el reflujo del agua producido por el rotor que lo alejaba o lo empujaba debajo de la aeronave.
"En ese momento -recordó con emoción San Miguel- nos empezamos a preocupar, porque en esa zona, por la temperatura del agua helada, se puede producir un desvanecimiento fatal. Luego de unos 15 minutos de intentos, el piloto hizo una seña para que nos alejáramos y pudo sacarse el chaleco salvavidas. Con los brazos libres, pudo en el último intento, y con mi cuerpo volcado en el esquí del helicóptero, tomarse con su brazo del mío, mientras yo lo agarraba del correaje, y así pudimos llevarlo colgado del esquí, al borde de mi agotamiento (ya no podía sostenerlo más), hasta la costa (todavía al llegar a ella tuvimos que sortear un campo minado antes de poder bajar), donde nos ayudaron a acostarlo dentro del helicóptero. De inmediato lo llevamos al Hospital Militar para revivirlo."
Los integrantes de la tripulación fueron a visitar al piloto naval esa noche al hospital, donde se enteraron de que se trataba del teniente de navío Arca, que ese día, junto con otros dos Skyhawk, había atacado a buques ingleses en el estrecho de San Carlos. Luego de esa acción recibió disparos de una fragata, fue perseguido por un Harrier que lo dañó seriamente, y había decidido aterrizar en la pista de Puerto Argentino, de la que no tenía referencia.
"Arca me dijo en broma que pese a haber pasado por todo eso, lo que más le dolió habían sido los cachetazos que yo le había dado para reanimarlo, y que esperaba curarse para poder desquitarse. Es que habíamos tenido que darle calor de cualquier manera, aunque fuera a los golpes, para que no se muriera", concluyó San Miguel. El propio Arca, tras su grave percance, estaba todavía obsesionado por volver al continente para salir con un avión en una nueva misión de combate.
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