Hace 30 años, en la gélida noche del 11 de junio de 1982, un suboficial de las tropas británicas que se deslizaban sigilosamente en la oscuridad malvinera, pisó una mina antipersonal y esa detonación activó el combate más encarnizado de la Campaña de las Malvinas.
Así, el Monte Londgon, donde estaba atrincherado el dispositivo defensivo nacional, se iluminó con la pirotecnia de las bengalas y el fuego de las bocas de los cañones. En aquellas últimas jornadas se llenaron páginas de gloria. Uno de los grandes protagonistas fue el Regimiento de Infantería Mecanizada 7 “Coronel Conde”.
Durante toda la noche del 12 al 13 de junio sus trincheras fueron acribilladas por las baterías enemigas. Nuestros soldados recibieron la descarga de unas seis mil balas, mientras los gurkas avanzaban por la zona, degollando sin compasión. El Regimiento 7 fue el más castigado en aquellas jornadas: perdió 36 hombres en el campo de batalla. Los heridos fueron 152. Cuando percibieron que era inminente la derrota, el jefe del Regimiento, teniente coronel Omar Giménez, propuso a los oficiales enterrar la bandera para que no quedara en poder del enemigo.
De inmediato se cumplió la orden. Pero dos jóvenes oficiales, los tenientes Jorge Guidobono y Miguel Cargnel (ambos habían dado muestras de valor en el combate), se presentaron ante sus jefes. En medio de la lluvia de balas plantearon su disconformidad: el pabellón nacional no debía estar bajo tierra, ni tampoco podía entregarse al enemigo.
Giménez aceptó la propuesta de los jóvenes tenientes. Desenterraron la bandera, la sacaron del plástico que la cubría, la desarmaron y se distribuyeron las partes (el paño, la corbata, cinco distinciones y tres medallas) entre varios oficiales y suboficiales. De la bandera en sí (es decir, del paño) se encargó el teniente Guidobono. De la corbata, Cargnel. El teniente Roberto Colom escondió una distinción en su bota. El mayor Carlos Carrizo Salvadores, tomó otra y la colocó debajo de su cinturón, el subteniente Alfredo Luque puso otra en su guante. Así fueron ocultando los fragmentos, adosándolos con cinta adhesiva. Terminó el combate.
El grueso de los soldados fue transportado de inmediato en el buque Canberra rumbo al continente. Pero algunos hombres fueron tomados como prisioneros de guerra. El destino hizo que Cargnel (por ser paracaidista) y Guidobono (por ser jefe de Comunicaciones), fueran llevados en avión a San Carlos y separados del resto de sus camaradas. Durante quince días los mantuvieron prisioneros dentro de un frigorífico. Guidobono, con la bandera envuelta en el torso, se las ingenió para no ser descubierto en el cacheo.
Luego los embarcaron y permanecieron otros quince días a bordo, sin zarpar. Fue entonces cuando ocurrió algo inesperado. Los prisioneros fueron obligados a desnudarse. A pesar de que el teniente Guidobono quiso disimularlo, un soldado enemigo descubrió la bandera. Le ordenó que la entregara. El teniente se negó. El soldado gritó su orden nuevamente. Guidobono, con calma, respondió que no entregaba la bandera.
La tensión se percibía y en medio de ese silencio eterno, el guardia cargó su fusil. Alarmado por los gritos, un oficial enemigo se acercó e intentó convencer al teniente argentino de que entregara el paño. Guidobono movía la cabeza negando: la bandera no la entregaba. El oficial pareció comprender que podía generarse una situación incontrolable. Allí terminó el episodio. Recién, el 14 de julio, lograron reencontrarse en el cuartel del Regimiento de Infantería Mecanizada 3, en La Tablada, que funcionaba como lugar de reunión y atención del personal que había combatido en nuestras islas.
Ese mismo día, el encuentro de aquel grupo de soldados, permitió reunir las partes componentes de la Bandera Nacional de Guerra del histórico y esforzado Regimiento 7 de Infantería Mecanizada. La lectura de este episodio, prolijamente redactado y expuesto en un cuadro próximo al cofre que contiene este glorioso lábaro, emociona vivamente a quienes visitan la Sala Histórica de la Unidad, que también contiene otras muchas valiosas reliquias de su larga trayectoria, hacen reflexionar acerca del silencioso y casi ignorado gesto de este grupo de valientes, que ha quedado vivamente grabado en la rica historia de este antiguo regimiento de nuestra Infantería.-
www.salamalvinas.com.ar
Así, el Monte Londgon, donde estaba atrincherado el dispositivo defensivo nacional, se iluminó con la pirotecnia de las bengalas y el fuego de las bocas de los cañones. En aquellas últimas jornadas se llenaron páginas de gloria. Uno de los grandes protagonistas fue el Regimiento de Infantería Mecanizada 7 “Coronel Conde”.
Durante toda la noche del 12 al 13 de junio sus trincheras fueron acribilladas por las baterías enemigas. Nuestros soldados recibieron la descarga de unas seis mil balas, mientras los gurkas avanzaban por la zona, degollando sin compasión. El Regimiento 7 fue el más castigado en aquellas jornadas: perdió 36 hombres en el campo de batalla. Los heridos fueron 152. Cuando percibieron que era inminente la derrota, el jefe del Regimiento, teniente coronel Omar Giménez, propuso a los oficiales enterrar la bandera para que no quedara en poder del enemigo.
De inmediato se cumplió la orden. Pero dos jóvenes oficiales, los tenientes Jorge Guidobono y Miguel Cargnel (ambos habían dado muestras de valor en el combate), se presentaron ante sus jefes. En medio de la lluvia de balas plantearon su disconformidad: el pabellón nacional no debía estar bajo tierra, ni tampoco podía entregarse al enemigo.
Giménez aceptó la propuesta de los jóvenes tenientes. Desenterraron la bandera, la sacaron del plástico que la cubría, la desarmaron y se distribuyeron las partes (el paño, la corbata, cinco distinciones y tres medallas) entre varios oficiales y suboficiales. De la bandera en sí (es decir, del paño) se encargó el teniente Guidobono. De la corbata, Cargnel. El teniente Roberto Colom escondió una distinción en su bota. El mayor Carlos Carrizo Salvadores, tomó otra y la colocó debajo de su cinturón, el subteniente Alfredo Luque puso otra en su guante. Así fueron ocultando los fragmentos, adosándolos con cinta adhesiva. Terminó el combate.
El grueso de los soldados fue transportado de inmediato en el buque Canberra rumbo al continente. Pero algunos hombres fueron tomados como prisioneros de guerra. El destino hizo que Cargnel (por ser paracaidista) y Guidobono (por ser jefe de Comunicaciones), fueran llevados en avión a San Carlos y separados del resto de sus camaradas. Durante quince días los mantuvieron prisioneros dentro de un frigorífico. Guidobono, con la bandera envuelta en el torso, se las ingenió para no ser descubierto en el cacheo.
Luego los embarcaron y permanecieron otros quince días a bordo, sin zarpar. Fue entonces cuando ocurrió algo inesperado. Los prisioneros fueron obligados a desnudarse. A pesar de que el teniente Guidobono quiso disimularlo, un soldado enemigo descubrió la bandera. Le ordenó que la entregara. El teniente se negó. El soldado gritó su orden nuevamente. Guidobono, con calma, respondió que no entregaba la bandera.
La tensión se percibía y en medio de ese silencio eterno, el guardia cargó su fusil. Alarmado por los gritos, un oficial enemigo se acercó e intentó convencer al teniente argentino de que entregara el paño. Guidobono movía la cabeza negando: la bandera no la entregaba. El oficial pareció comprender que podía generarse una situación incontrolable. Allí terminó el episodio. Recién, el 14 de julio, lograron reencontrarse en el cuartel del Regimiento de Infantería Mecanizada 3, en La Tablada, que funcionaba como lugar de reunión y atención del personal que había combatido en nuestras islas.
Ese mismo día, el encuentro de aquel grupo de soldados, permitió reunir las partes componentes de la Bandera Nacional de Guerra del histórico y esforzado Regimiento 7 de Infantería Mecanizada. La lectura de este episodio, prolijamente redactado y expuesto en un cuadro próximo al cofre que contiene este glorioso lábaro, emociona vivamente a quienes visitan la Sala Histórica de la Unidad, que también contiene otras muchas valiosas reliquias de su larga trayectoria, hacen reflexionar acerca del silencioso y casi ignorado gesto de este grupo de valientes, que ha quedado vivamente grabado en la rica historia de este antiguo regimiento de nuestra Infantería.-
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