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Buque “YAKTEMI”. Misión cumplida

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Por Jorge Muñóz

Para el tiempo del conflicto de Malvinas, todo el país experimentó, conmocionadamente, la hora crítica; pero a partir de Bahía Blanca y hasta el extremo sur de nuestro litoral marítimo, se vivió con intensa realidad, dado que sus habitantes, en parte, por la cercanía de los hechos que los hacía partícipes insoslayables y también por una conciencia patriótica que siempre anidó en sus corazones, se pusieron en pié de guerra dispuestos a enfrentar cualquier eventualidad.

El Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (TOAS) a cuyo cargo se encontraba el Vicealmirante, Juan José Lombardo, con la misión de asumir la defensa estratégica en esa área, estaba integrado además de Fuerzas Navales, por el Comando de la IX Brigada Aérea y el V Cuerpo de Ejército. El continuo alerta de estos componentes que vigilaban, por tierra, aire y mar, la costa patagónica, aseguraban a esa porción continental Argentina de todo intento de intromisión.

En forma paralela a la intensa tarea que se cumplía en el plano militar, las autoridades civiles desarrollaban en centros urbanos tales como Comodoro Rivadavia y Río Gallegos, planes para la Defensa Civil. El reclutamiento de voluntarios por parte de la Cruz Roja les permitió tener un elevado número de socorristas capacitados para casos de desastres y emergencias. Así también las continúas prácticas de obscurecimiento daban una impresión generalizada que la población estaba anímica y físicamente preparada para la difícil contingencia.

La actividad marítima de la zona, a la que se encuentra tan vinculada esa parte de nuestro territorio, también se vio enfrentada a la inevitable y dramática circunstancia que fue imponiendo la marcha del conflicto.

La escalada de agresión contra la Argentina insular derivó en una medida del gobierno inglés quién poco antes de finalizar abril, decidió extender la zona de guerra para llevarla a 12 millas de nuestro litoral marítimo. Esa medida unilateral permitió que los británicos anunciaran que, cualquier barco o avión argentino que ingresara en dicha zona sería atacado.

La réplica no se hizo esperar. Nuestro gobierno, ese mismo mes comunicó que se consideraría hostil a todo buque o aeronave británico que ingresara en la jurisdicción de 200 millas de nuestro mar Atlántico.

Al día siguiente del anuncio inglés y quizá como una demostración de que no nos iban a amedrentar con insólitas decisiones, el Centro de Navegación Trasatlántica, entidad civil y comercial, formada por las principales agencias marítimas de Armadores argentinos y extranjeros con sede en Buenos Aires, emitió una circular con la firma de su presidente el Sr. Horacio Delfino y el Secretario, Rodolfo García Piñeiro. La misma, dirigida a los socios, pero ampliamente publicitada, señalaba que “...la navegación hacia y desde cualquier puerto argentinos es perfectamente normal, sin ninguna demora salvo las normales de atraque. Esta situación abarca a todos los puertos argentinos a lo largo de la costa atlántica, como así el Río de la Plata ”.

Asimismo, la entidad afirmaba que el flujo de carga de todo tipo de transporte interno comunicaciones nacionales  e internacionales funcionan también con normalidad. Agregaba el comunicado que:”Buques de todas las nacionalidades, con excepción de los británicos, están traficando en puertos argentinos y que un número considerable de pesqueros y petroleros  con bandera extranjera entran y operan, con total normalidad, en nuestros puertos de la costa atlántica...”.

Ratificando esta circular, el mismo día hubo una confirmación oficial. El Subsecretario de Marina Mercante expresó: “Todos los puertos comerciales del país continúan operando con absoluta normalidad, sin restricciones para los buques cuyas banderas y países mantienen relaciones comerciales con el nuestro”.

La compañía naviera Argentina, Geomater, que mantenía en servicio en el sur de nuestro litoral Atlántico, a dos naves gemelas: el Yehuin y el Yaktemi, ante un requerimiento de las Autoridades Navales, cedió temporalmente a la armada la primera de las naves, la cual, con parte de su tripulación original y una dotación de personal Naval Militar, pasó a cumplir funciones en Malvinas.
 

De esa manera quedó en el área, para múltiples trabajos, el Yaktemi, un supply, según la denominación naviera, que hasta ese momento desarrollaba tareas de mantenimiento de balizas y apoyo logístico al mando del Capitán de Ultramar, Carlos Enrique Terreni (h), secundado por una reducida tripulación: el Jefe de Máquinas, Adrián López y los marineros, Luis Ballares, Hugo Núñez y J. Brunet.

Una preocupación constante para quienes navegaban por la zona amenazada por el bloqueo lo constituyó la presencia de submarinos británicos. Ese anunciado fantasma se hizo luego lamentable realidad el 2 de mayo, cuando el sumergible nuclear Conqueror, torpedeó y hundió al Crucero General Belgrano, en circunstancias que navegaba fuera de la zona de exclusión demarcada arbitrariamente por los británicos.

Para tratar de contrarrestar dicha amenaza, nuestros submarinos incursionaban temerariamente muy cerca de la flota británica y también los aviones de la Armada , patrullaban el mar, en una especie de juego de gato y ratón, intentando obligar a los intrusos a mantenerse alejados de los buques argentinos. Por supuesto la mejor protección consistía en  navegar pegado a la costa o en aguas poco profundas donde los sumergibles enemigos no podían maniobrar fácilmente.

En los primeros días de mayo, se presentó a bordo del Yaktemi, el Subprefecto, García, de la Prefectura Naval, con asiento en Río Grande, quién, seguramente cumpliendo directivas de los mandos Navales, requirió de su capitán la posibilidad de una cooperación en las innumerables tareas que se avecinaban. Terreni, comprendió la urgencia del pedido y tras recibir el espontáneo apoyo de su dotación, elevó la inquietud a los directivos de la Empresa Geomater, quienes dieron a la vez su consentimiento para el empleo de la nave.
  
En el inicio de las actividades la principal misión del Supply consistió en dar apoyo a los buques de la Compañía petrolera estatal Y.P.F quienes provenientes de Comodoro Rivadavia, descargaban combustible para aviones y barcos en el Puerto de San Sebastián, ubicado en la bahía del mismo nombre, en el extremo noreste de la Isla Grande de Tierra del Fuego. En este refugio natural flaqueado por los Cabos, Punta Páramo y San Sebastián, se encuentran las tuberías por donde ingresa el combustible que, inyectado desde los buques, es derivado hacia Río Grande donde funciona una base aeronaval.

Sin perjuicio de esa tarea que no tenía pausa, el Yaktemi, desde su estratégica posición – a doce horas de navegación de Malvinas- fue requerido en varias oportunidades para salir en búsqueda de naves provenientes de la zona de exclusión que registraban graves problemas o habían sufrido ataques del enemigo.

En el anochecer del 1 de mayo, a pocas horas del primer ataque aéreo inglés a Malvinas, el Capitán, Terreni recibió la indicación de señalar con balizas un helipuerto de circunstancia en Punta Páramo, adecuándolo para recibir en horas de la noche una aeronave de ese tipo. La orden le instaba, además, a salir al encuentro del buque carguero Formosa que regresaba de Malvinas con diversos problemas, luego de sufrir un ataque aéreo.

El Yaktemi salió al cruce del Formosa y lo guió hasta el fondeadero designado. Un lugar apropiado, pues en caso de producirse una varadura o hundimiento no debía quedar bloqueada la entrada de la bahía.

El problema del Formosa consistió en que, a poco de dejar Puerto Argentino, fue atacado con bombas por aviones no identificados. Una de ellas no dio en el blanco pero otra luego de atravesar la cubierta había quedado alojada sin explotar, en una de las bodegas. La incertidumbre acerca del peligro que representaba dicho artefacto en ese lugar obligó a solicitar la presencia de algún idóneo para que dispusiera las medidas apropiadas. Ante ese pedido la Fuerza Aérea envió en un helicóptero, desde una base cercana, al Suboficial Auxiliar P. P. Miranda, quién luego de inspeccionar la bomba, aconsejó trincar la misma e inmovilizarla, para poder llevarla, siempre a bordo, hasta puerto donde pudiera ser retirada con personal experto y medios adecuados.

Como el tiempo corría sin que aparecieran soluciones definitivas a la vista y el Formosa requería ser removido del lugar, pues representaba un potencial peligro para todos, inclusive para aquellas naves que se desplazaban en las inmediaciones de la bahía, Terreni recordó que dos hombres de su tripulación eran buzos autónomos y quizás ellos pudieran aportar alguna ayuda. Efectivamente consultados al respecto los marinos Ballares y Brunet, quienes habían pertenecido al Batallón de Comandos Anfibios de la Armada, se mostraron dispuestos a intentar la riesgosa tarea de trincar la bomba.

Con gran precaución los ex buzos tácticos, provistos de sendas fuentes de iluminación penetraron en la espaciosa y profunda bodega y llegaron hasta donde había quedado alojado el temible proyectil de 250 Kilos.

Luego de asegurarse que la posición del artefacto no iba a sufrir  cambios a menos que la nave experimentara un fuerte zarandeo; muy lentamente, comenzaron a amarrar la bomba con fuertes cabos que trincaron a gruesos maderos que se encontraban en el piso de la bodega. Después de dos horas de tensa labor, en cuyo transcurso lograron inmovilizar el inquietante artilugio, los dos temerarios marinos salieron a cubierta empapados en transpiración. Pero allí no terminaron su trabajo. Acto seguido, con mucho cuidado procedieron a arrojar por la borda un pequeño paracaídas que, desprendido de una de las bombas arrojadas por los atacantes, había quedado enredado en la baranda de cubierta y en cuyo extremo tenía adosada una espoleta.

Una vez cumplido el comprometido trámite, que brindó una parcial solución a su problema, el Formosa, zarpó ante de las seis de la mañana hacia Buenos Aires, donde arribó sin otra novedad al cabo de cinco días.

En tanto finalizó ese episodio la guerra continuó con su serie de infortunios. Ese mismo día -2 de mayo- recibieron a bordo del Yaktemi, la información que a pocas millas de su posición, un submarino británico había torpedeado y hundido al Crucero General Belgrano. La tremenda noticia lejos de paralizarlos, los impulsó a la acción y sin titubeos se lanzaron en busca de náufragos.

Poco antes de llegar a la zona de la tragedia, cercana a la Isla de los Estados, el Yaktemi fue compelido por el Comando de Operaciones Navales a que regresara a su base, pues ya había sido organizada la tarea de búsqueda y rescate de náufragos por medio del Destructor, Piedra Blanca; el Aviso, ARA Gurruchaga y la nave, ARA Bahía Paraíso que se encontraba en Ushuaia.

En pleno noche, el noble barco, volvía a San Sebastián sin novedad pero Terreni no dejaba de pensar en la suerte que podían haber corrido los tripulantes del Gral. Belgrano, especialmente que habría pasado con su amigo y camarada de la Escuela de Náutica, el Capitán de Ultramar, Martín Sgut, quién se encontraba incorporado a la tripulación del crucero en calidad de oficial de navegación con el grado de Teniente de Corbeta. Más tarde tuvo la alegría de saber que entre los 770 sobrevivientes, el mismo había sido hallado a bordo de una balsa donde pasó interminables y angustiosas horas antes de que fuera rescatado por naves de la Armada.

La tripulación del Yaktemi continuó con sus tareas de apoyo que se cumplían dentro de un clima de inusual expectativa que los llevaba a estar muy atentos al desarrollo de los graves acontecimientos que sucedían muy cerca de ellos. Una de esas indeseadas noticias llegó muy pronto. La mañana del 9 tuvieron conocimiento que el buque pesquero argentino Narwal, que se encontraba navegando a unas 66 millas al sur de Puerto Argentino, había sido atacado por aviones ingleses. Las comunicaciones anunciaban que uno de sus tripulantes había fallecido y el resto, en razón que la nave se hundía, procuraba salvarse utilizando botes. Ante ello, el Comando Naval, no tardó en disponer que el Yaktemi saliera en búsqueda del barco atacado y de sus eventuales náufragos.

Cuando llegaron al área correspondiente a la Latitud 52° 45´ S y Longitud 58° 02 Oeste –dentro de la zona de exclusión- donde de acuerdo a las noticias, el Narwal había sufrido el ataque, no hallaron señas del mismo. Pese a que era de noche y estaban peligrosamente cerca de las costas malvinenses, decidieron arriesgarse y buscar en círculos cada vez más amplios en tanto tuvieran el amparo de la oscuridad.

Esa noche, cuya tenebrosidad se vio aumentada por un violento temporal tuvo para los tripulantes del Yaktemi una experiencia adicional. Durante el tiempo que duró la búsqueda, una luz muy potente de color azulado los acompañó desde una distancia aproximada de 500 metros . Cuando trataban de acercarse a la misma enfilando a toda marcha, la luz los eludía y no podían alcanzarla. Cuando volvían sobre sus pasos, el vívido resplandor retornaba a seguirlos. Como el radar no denunciaba en su pantalla la señal que denotara la presencia de nave alguna, no supieron dar explicación al fenómeno y entonces decidieron ignorarlo hasta que al llegar la claridad del día la luz desapareció.

Cerca de las seis de la mañana, luego de una infructuosa búsqueda, el barco de auxilio emprendió el regreso sin saber, en ese momento, que el Narwal se había hundido y sus tripulantes, capturados por tropas británicas, fueron llevados en calidad de prisioneros al portaviones Invincible.

El servicio cumplido por el Yaktemi y la silenciosa entrega de los hombres de su tripulación al apoyo de las tareas que le eran requeridas por los mandos navales tuvo múltiples facetas. Aprovechando que la nave dotada de una cámara hiperbárica de compresión y descompresión para buzos, encararon bajo la supervisón profesional de un médico de la Armada, la recuperación de aquellos soldados que regresaban de Malvinas afectados de “pié de trinchera”. Efectivamente, decenas de jóvenes combatientes encontraron su alivio y curación luego de pasar varias horas en ese habitáculo presurizado con oxígeno.

El Yaktemi cumplió su patriótico servicio hasta el final del conflicto y por su valioso desempeño mereció el beneplácito de numerosas autoridades y diversas instituciones.

El Capitán, Terreni, más allá de su diligencia en acudir al llamado del deber como argentino, tuvo una razón más para brindarse desde su puesto de servicio a lo que consideró su compromiso con la Patria. Bastante lejos de la zona donde le tocó actuar, en la boca del Río de la Plata, estuvo anclada durante ese tiempo la Fragata ARA Libertad, afectada a la defensa del estuario y embarcado en la misma en calidad de práctico, se encontraba su padre el Capitán de Ultramar, Carlos Enrique Terreni.


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